“Lo intentaré noche tras noche hasta que un médico me confirme que llevas a mi hijo...”, la frase se le incrustó en el cerebro y ella sintió que le faltaba el aire. Fue un golpe de fisura: el mundo se hizo pequeño, los sonidos se distorsionaron y por un instante tuvo la certeza absurda de que no había escuchado bien.
Por su lado, Takeshi, como si hubiera dicho algo común y corriente, dio un sorbo a su té y siguió hablando como si nada, sin relación aparente con lo anterior:
—Este nigiri está excepcional. —Miró a la cocinera con una naturalidad que irritó aún más a Erika, un gesto de cortesía pública que borraba cualquier rastro de la violencia verbal que acababa de soltar. La cocinera, erguida junto a la pared, recibió la felicitación con una leve inclinación; su cara era profesional, impasible.
Erika lo observó, incrédula, la ira mineralizándose en cada músculo de su rostro. ¿Cómo podía actuar tan impávido? ¿Cómo fingir que no había dicho lo que había dicho? Un calor sordo le subió p