Capítulo 254

La villa amanecía con ese silencio que sólo se permite a las fortalezas: motores apagados, radios en susurros, botas que sabían dónde no hacer ruido. El portón de hierro se abrió a la velocidad de un párpado pesado y el vehículo de Luca Versano se detuvo justo donde debía. Dos hombres se acercaron en espejo. Uno pidió la llave del maletero. El escáner manual recorrió costuras, cinturón, tobillos. Le revisaron el móvil, lo encendieron, lo apagaron. Le pidieron que alzara los brazos. Lo cachearon con corrección de relojero.

—Procedimiento —dijo el más joven.

—Tranquilo —respondió Versano, sin molestia.

El hombre asintió con una sombra de respeto. Alguien avisó por radio: “Entrada autorizada”. La verja respiró y Luca caminó por la calzada de grava, la casa levantándose frente a él como un barco antiguo, sin una ventana fuera de lugar. En el umbral, una figura conocida, imposible de confundir aun a contraluz: Fabio.

No había barrotes ya. No había un gris enfermizo en la piel. Había ojeras
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