Una semana antes...
La noche caía sobre Calabria como un manto húmedo y espeso. No había luna, y la negrura se deslizaba entre los callejones desiertos de un barrio industrial olvidado. El suelo estaba manchado de aceite reseco, las farolas iluminaban a medias con un parpadeo sucio, y el aire olía a óxido y mar distante. El sitio perfecto para lo que iba a ocurrir: discreción absoluta.
Luca Versano caminaba con paso medido, sus zapatos resonando en la grava como martillazos de metrónomo. No necesitaba mirar el reloj para saber que era puntual. En estos encuentros no se llega tarde: o se llega, o se muere.
Riccardo estaba esperándolo, apoyado contra una pared de ladrillo desconchado. La luz amarillenta de la farola le dibujaba los rasgos tensos, la mandíbula apretada, los ojos inquietos. Fumaba, pero la ceniza de su cigarrillo era más larga que el cigarro mismo: no lo disfrutaba, lo devoraba el nerviosismo.
No hubo saludos, ni palmadas en la espalda, ni chistes de viejos tiempos. Luca