Una semana transcurrió con calma, pero la tensión siempre acechaba en el aire. Svetlana, acurrucada en un rincón soleado de la mansión, había encontrado un poco de paz. Había pasado los últimos días completamente dedicada a sí misma, a cuidarse y, por supuesto, a estar con las chicas rescatadas por Dante. El tiempo, aunque frenético en muchas áreas de la propiedad, había transcurrido con cierta serenidad para ella. En el cálido resplandor de la tarde, los sonidos de risas y susurros llegaban a través de las ventanas abiertas, mientras las chicas trabajaban en su pequeño mundo.
En la sala, las más pequeñas eran guiadas por profesores contratados por Dante, que les enseñaban lo que, hasta ese momento, les había sido arrebatado. Las adolescentes, se dedicaban a manualidades, bordando y pintando, buscando una forma de llenar el vacío que la brutalidad de su pasado había dejado. Mientras tanto, las más grandes, algunas aún se mostraban renuentes a integrarse, se mantenían distanciadas del