La propiedad se extendía como un reino aislado, donde las sombras de los pinos se alargaban sobre los caminos adoquinados y los muros de piedra de la mansión parecían historias de todo lo que allí había ocurrido. Giovanni, aún con las cicatrices de su propia guerra interna, caminaba con pasos lentos, observando la inmensidad que lo rodeaba. No era su primer día en la villa, pero cada rincón parecía ofrecerle algo nuevo, algo que no había visto antes.
Ruggiero había terminado de examinarlo aquella mañana, asegurándole que la recuperación estaba completa. Las cicatrices de la bala, aunque todavía presentes en su piel, ya no dolían.
Sin embargo, Giovanni había decidido quedarse una semana más, como una especie de tregua consigo mismo. No tenía ninguna prisa por regresar a su vida anterior. Estaba atrapado en algo que no podía definir, en un dolor que no se disipaba con los días, pero tampoco con aislarse del mundo.
La villa Bellandi era un mundo completamente diferente al que él conocía.