Hotel Adlon, Berlín. 2:46 a.m. El clima era lluvioso. Las calles estaban desiertas, el viento golpeaba los ventanales como si quisiera advertir lo que estaba por suceder.
Hans Behringer no era cualquiera. Era el Director de logística internacional para AegisCore, la firma privada subcontratada por el gobierno de EE. UU. para operaciones de rastreo, captura y extradición de criminales de alto perfil. Se movía entre pasaportes falsos, vuelos charter encubiertos y cárceles clandestinas.
Pero esa noche…
Esa noche ya no representaba nada.
Había intentando desaparecer, pero no lo logró...
Estaba solo en la suite presidencial del Adlon. La vista daba al Parlamento alemán, cuyas luces se mantenían encendidas como un cadáver maquillado. Tenía la corbata suelta y las mangas arremangadas. En una mano, un vaso de whisky. En la otra, un informe ya sin valor.
El ascensor del último piso emitió un pitido.
Las puertas se abrieron.
Dos hombres salieron.
Hans no los había llamado.
Ni los esperaba.
Ambo