El primer impacto fue visual. El segundo, emocional. La entrada de la casa, antes pulcra y cálida, parecía un santuario profanado. Muebles volcados. Cuadros rotos. Cristales por el suelo. Las paredes manchadas con huellas negras, como de humo. Más adelante... cuerpos. Dos. Tres. Cuatro.
—Dios... —susurró Svetlana, retrocediendo un paso, una mano cubriéndole la boca.
—No puede ser —murmuró Dante, con el alma agarrotada.
Hombres del clan Bellandi. Algunos de Asgeir. Reconocibles por sus insignias. Muertos. Otros malheridos. Uno respiraba con dificultad, inconsciente, a los pies de la escalera.
Dante avanzó. La adrenalina le apagó el dolor de las costillas. Su mente se disparó hacia un solo pensamiento.
—¿Dónde están mi madre y Enzo? —preguntó, con la voz baja pero férrea, como una cuerda tensa a punto de romperse.
Svetlana también reaccionó.
—¿Mamá? ¿Anya? —sus ojos buscaban en todas direcciones.
No había señales. Solo el caos.
Svetlana no esperó más. Se lanzó escaleras arriba sin pensa