En el perímetro del complejo, camuflados entre una furgoneta falsa de mantenimiento, un sedán de vidrios polarizados y un par de motocicletas con placas clonadas, Asgeir y su equipo aguardaban.
Erik estaba revisando por cuarta vez el mapa satelital descargado en su móvil. Las rutas de acceso. Las compuertas. El único punto ciego que coincidía con la salida norte del complejo.
—¿Seguro que es por aquí? —murmuró Rinaldo, con un auricular en la oreja.
—Seguro —confirmó Erik—. Pero no esperen luces ni balaceras. Esta vez, el infierno será muy silencioso.
Ásgeir, desde el asiento del copiloto, observaba el horizonte.
—Si Versano cumple, no habrá necesidad de disparar —dijo con calma.
—¿Y si no cumple?
—Entonces disparamos.
***
La puerta del ascensor descendió lento, como una sentencia anunciada. Versano bajó con Dante detrás, cubierto por una chaqueta médica que apenas alcanzaba a disimular su rostro. El plan era arriesgado, pero tenía una ventana exacta: debía cruzar dos pasillos, tomar e