El silencio en la habitación era espeso, casi tan opresivo como las paredes que la rodeaban. Había algo cruelmente irónico en la comodidad del lugar.
Una semana.
Una maldita semana sin noticias del mundo real. De Italia. De Dante.
La mente de Svetlana se negaba a hacer espacio para la idea, pero cada día que pasaba sin señales de vida… cada minuto de silencio… cada noche allí... la pregunta volvía a martillarle el pecho:
¿Y si estaba muerto?
¿Y si lo había perdido para siempre?
El aire se volvió más denso en sus pulmones. Cerró los ojos un instante y los abrió con fuerza, negándose a llorar. Pero era inútil. Las lágrimas brotaron sin permiso y cayeron, silenciosas, mientras ella permanecía sentada sobre la cama.
Levantó la vista. El reloj de pared marcaba las 7:45 p.m.
Otra