Bruno no se movió durante varios segundos. La habitación se volvió una prisión silenciosa, donde ni el fuego en la chimenea parecía atreverse a crujir. El vaso de whisky aún temblaba entre sus dedos, pero fue su voz la que se rompió primero.
—¿Qué dijiste? —murmuró, dando un paso hacia su abuelo.
Lorenzo no lo miró al principio. Su vista estaba fija en la llama que se alargaba y retorcía en el hogar. Solo cuando Bruno repitió, más fuerte, esta vez, giró el rostro.
—Tengo cáncer, Bruno. Desde hace unos meses.
—¿Qué mierda estás diciendo? —masculló—. ¿Cómo que tienes cáncer? ¿Desde cuándo? ¿Por qué no lo dijiste antes?
—¿Y qué iba a cambiar? —Lorenzo alzó los hombros con aparente tranquilidad—.
—¡¿Cómo que no iba a cambiar nada?! ¡Claro que lo cambia todo! ¡Tendrás que estar en tratamiento, nonno! ¡Podrías…! —Bruno se levantó de golpe, caminó por la sala con los ojos enrojecidos—. ¡Tenemos que intentarlo! ¡Aún puedes luchar! ¡Aún puedes intentarlo! ¡No puedes rendirte así!
—¿Luchar cont