A partir de entonces, Luna pasó casi todo su tiempo en la oficina, excepto para comer, dormir y ducharse. Finalmente, antes de salir del trabajo, Luna terminó el plan del proyecto según lo solicitado por Leandro y se lo llevó para que lo revisara.
Esa tarde, el sol se ponía en el horizonte, tiñendo el cielo de un rojo ardiente. Algunos rayos de luz se filtraban a través de las ventanas del suelo al techo, iluminando la oficina y creando un ambiente casi de ensueño.
Leandro frunció el ceño mientras revisaba el plan, pasando página tras página. Luna estaba de pie frente a su escritorio, con las manos cruzadas frente a ella, sin atreverse a moverse. Había puesto todo su esfuerzo en esta propuesta y esperaba que Leandro estuviera satisfecho.
Si esa noche la cena familiar de la familia Fernández transcurría sin problemas, después de la cena, quería hablar con él sobre ver a Sía. Realmente hacía demasiado tiempo que no veía a su hija; todo lo que hacía era por ella.
Leandro terminó de leer y