Después de todo, ni siquiera en Hermès un vendedor admitiría de forma abierta la existencia de esa política. Sonreirían y dirían que no es necesaria, para luego sugerir con sutileza si no te interesaría ver joyas o ropa.
Ninguna marca se atrevería a declarar en público que exigía compras forzadas.
Lo más importante era que esa práctica era solo una moda reciente en la tienda, una táctica que ellos, los vendedores, usaban para inflar sus comisiones. Si el asunto llegaba a oídos de la marca, las consecuencias serían graves.
Miranda notó que ambos tenían la conciencia culpable y se burló:
—Trabajar aquí se les subió a la cabeza. ¿A quién creen que le ponen esa cara? ¿En serio creen que la tienda es suya? Qué ilusos.
Se acomodó el cabello y cruzó los brazos con aire despreocupado.
—Tampoco quiero perder el tiempo con gente como ustedes. Discúlpense con ella. Si ella está satisfecha, yo también lo estaré.
Ana se quedó pasmada una vez más.
No quería que se disculparan, pero si decía "no es