Estaba tan absorta en sus propios nervios que durante todo el trayecto no notó el inusual silencio de Guillermo.
De pie frente al viejo edificio de apartamentos, se retocó el maquillaje por última vez, sacó el anillo de bodas de su bolso y se lo puso. Luego, se aferró con cariño al brazo de su esposo, asumiendo el papel de la nuera perfecta y devota.
Sin embargo, su papel de nuera perfecta se encontró con un obstáculo inesperado: las escaleras. El edificio de apartamentos era tan viejo que no solo carecía de elevador, sino que la escalera era muy estrecha, empinada y con escalones muy altos.
Y para colmo de males, Miranda llevaba unos Christian Louboutin de tacón de aguja y llenos de brillos. Después de subir apenas dos pisos, ya sentía que no podía más. Y la familia Anaya vivía en el inalcanzable sexto piso.
—No, ya no puedo. Necesito descansar, esto es demasiado para mí.
Después de apenas tres pisos, se había convertido en un peso muerto que solo jadeaba. Se aferró a Guillermo, negá