—Me preguntó qué pintor me gustaba. ¡Yo qué voy a saber de pintores! Solo te había oído decir que tu esposo compró unas pinturas de Caravaggio, así que dije que las pinturas de los Caravaggio eran muy especiales. No me atreví a decir más.
—Espera —dijo ella, creyendo haber oído mal—. ¿Y te parece que dijiste poco?
—Solo dije una frase, ¿qué tiene de mucho? ¿No son especiales? ¿Dije algo mal aunque fui tan vaga?
—No es eso. ¿Tú crees que Caravaggio es un colectivo como… no sé, los Tres Mosqueteros o algo así? ¡Dijiste “de los Caravaggio”! ¡Es una sola persona, no muchas! ¿No te dije que si no sabías, te callaras?
Miranda estaba entre molesta y divertida, casi a punto de reír por no llorar.
Estela se quedó confundida un momento.
—Entonces, ¿por qué no me corrigió y hasta fue conmigo al supermercado? ¿Será que él tampoco lo sabía?
—¡No le eches la culpa de tu propia ignorancia!
En cuanto su amiga le habló fuerte, Estela se achicó.
Después de admitir humildemente su error, recordó lo que