Miranda también notó rápidamente el detalle que no cuadraba en la foto. Había supuesto que Guillermo no la vería tan pronto, así que, con ágil disimulo, borró tanto la imagen como el comentario "A ver si aprendes un poquito" que la acompañaba, intentando que todo pareciera un desliz sin importancia.
Pero no habían pasado ni treinta segundos cuando en la ventana del chat comenzaron a aparecer, uno tras otro, varios mensajes:
[Guillermo: Qué clase de diosa caída del cielo es esta]
[Guillermo: El vestido no es alta costura, tú lo eres]
[Guillermo: La forma en que mi adorado pajarito presume su belleza y derrocha el dinero es sencillamente fascinante]
—…
Aquellos cumplidos empalagosos, desprovistos de signos de exclamación y enviados desde el avatar completamente negro de Guillermo, sonaban como una reproducción mecánica, impersonal y cargada de sarcasmo. Por un instante, ella no supo si él pretendía alardear de su memoria o de su capacidad de aprendizaje.
[Guillermo: ¿Qué tal lo hago?]
—