El viento nocturno era fresco. De pie ante la entrada del Club Concordia, Brenda levantó la vista hacia el brillo plateado del letrero y, sin darse cuenta, se abrazó los brazos, encogiéndose ligeramente.
Hoy la habían llamado de último momento para sustituir a una famosa actriz, representada por su mismo mánager, a la que le había surgido un imprevisto y no podía asistir a un compromiso social.
Su mánager le había insistido hasta el cansancio que aprovechara bien la oportunidad, pero justo antes de salir, de forma algo contradictoria, le había dicho que si no sabía qué decir, mejor se quedara callada.
«¿Y cómo se supone que aproveche la oportunidad si no hablo?», pensó Brenda, confundida y un tanto desconcertada.
No era fácil entrar al Club Concordia. Solo después de que Bruno diera el visto bueno, una mesera con un elegante uniforme la condujo sonriente escaleras arriba.
Apretó la correa de su bolso y observó todo con disimulada curiosidad.
Quizá por ser un antiguo consulado, la deco