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Capítulo 9: Dedos de hada

Carlos

Me despierto con una sonrisa en los labios, he pasado la mejor noche de mi vida, estoy acostumbrado a dormir solo, normalmente mi sueño es muy ligero, duermo menos de cinco horas al día, pero ayer mi sueño fue profundo, me olvidé de mí mismo, la miro dormir, como a una niña, es tan delicada, maravillosamente hermosa, inocente, le acaricio el pelo, la despierto.

- Levántate y ve a lavarte.

Le cuesta abrir los ojos, sigo acariciándole el pelo para despertarla suavemente.

- Anda, dormilona, a despertarse.

Se incorpora, se sienta dos minutos, luego se levanta y se dirige a la ducha.

La oigo abrir el grifo, oigo correr el agua. La imagino desnuda, un calor me invade en la ducha. Me levanto para seguirla a la ducha.

Había empezado a enjabonarse, soltó un grito al verme.

- ¿Qué hace aquí? Señor.

- Vengo a ayudarte a lavarte.

- No, gracias, señor, no necesito ayuda.

- No te pido opinión, cariño.

Le quito la esponja de la mano y empiezo a frotarle la espalda.

- No creo que sea necesario.

- Y yo creo lo contrario, cállate y déjame hacerlo.

Se calla y vuelvo a frotarle la espalda, subo a los hombros, le froto el cuello.

- Gírate hacia mí.

No se mueve, sigue de espaldas a mí, me acerco más a ella pegando mi cuerpo al suyo, podía sentir mi deseo por ella, me froto contra ella y le digo:

- No me hagas repetirlo.

Se gira lentamente hacia mí, con los brazos intentando ocultar su pecho.

- Parece que has olvidado las reglas, nunca ocultarte de mí, hacer siempre lo que te pido. Serás castigada por no haber respetado dos de las reglas, ahora baja los brazos.

Deja caer los brazos y percibo esas dos cumbres vertiginosas.

Empiezo a frotarle el cuello y bajo al pecho, que acaricio más que froto, siento el balanceo de sus pechos en mis caricias, lo que endurece aún más mi miembro. Dejo caer la esponja y tomo sus pechos en mis manos, acariciándolos, apretándolos como si mi vida dependiera de ello. Ella gime con los ojos cerrados, la beso con furia, ávido de su boca, bebiendo como si tuviera sed, la acorralo contra la pared, sus piernas se enrollan automáticamente alrededor de mis caderas. Sigo besándola, acariciando sus voluptuosas curvas. Me fundo en ella, mi sexo en mi calzoncillo no pide más que salir para perderse en ella. Con mis dos manos le agarro las nalgas por completo, apretándolas, me encantan sus nalgas. Finalmente me separo de ella, está sin aliento, retomo la esponja, de rodillas en el suelo, vuelvo a frotarle el vientre, la cadera, los muslos que acaricio hábilmente, mi mano sube hacia su sexo, me detengo allí rozándola, tocándola delicadamente, veo el capullo de su flor erguirse lleno de deseo por mí, lo acaricio, lo provoco, cierra los ojos aferrándose a las paredes, gimiendo sin moderación, he tenido ganas de hacerle ver más, de hacerla gozar, me inclino hacia ese botón rosa, hinchado de placer, mi boca se presiona sobre su sexo, lo chupo, lo lamisco, mi lengua se desliza en su hendidura, aspirando todo el jugo que sale.

Empieza a temblar, siento que está cerca, la estimulo, chupando, mordiendo, se agarra a mi pelo, sus pies ya no la sostienen, se desliza lentamente hacia el suelo y yo con ella, me encuentro acostado entre sus muslos, ella sentada en el suelo, los muslos bien abiertos y yo con la cara entre sus muslos, la boca en su coño, continuando chupándola, suelta un grito de gozo mientras eyacula en mi cara, aspiro todo el jugo que le chorrea del sexo, tiene los ojos cerrados, no queriendo mirarme por vergüenza. La levanto, acariciándole la mejilla.

- Abre los ojos, mi reina, le digo con voz suave, nunca tengas vergüenza de mí, ni de mostrar tu placer, ¿de acuerdo?

Asiente moviendo la cabeza.

- Responde con la voz.

- Sí, señor.

Abro el grifo y empiezo a enjuagar

tocando de paso sus curvas.

- Ahora es tu turno de lavarme a mí, digo.

Recupera la esponja y le echa una gota de jabón y empieza a enjabonarme, primero los hombros, estira los brazos para poder alcanzar mis hombros porque la supero en una cabeza, mido aproximadamente 1,90m y ella mide aproximadamente 1,65m. Continúa enjabonándome, llega a mi abdomen, sigue hacia abajo, salta mi cadera y aterriza en mis muslos,

- Te has saltado un rincón que hay que lavar.

Le muestro mi sexo orgullosamente tenso.

Se pone roja, le lanzo una mirada crítica. Dirige la esponja hacia mi tercer pie mirando hacia otro lado.

- Mira lo que lavas.

Tomo su pelo con mis manos y le levanto la cara hacia mi sexo, se encuentra cara a cara con la punta de mi hombrecito, que empieza a palpitar como para decirle "hola tú".

- Anda, lávalo con la mano, es muy sensible, sabes, pon un poco de gel de ducha en tu mano y lávalo con delicadeza.

Hace lo que le pido y empieza a masturbarme lentamente, suelto un gruñido, ella se detiene y pregunta:

- ¿Te he hecho daño?

- No, cariño, continúa, no sabes lo bien que me haces.

Ella sigue masturbándome lentamente.

- Más rápido.

Se acelera

Sibelle

Sigo tocando su sexo, le oigo gemir, parece que le gusta, sigo, lo veo crecer entre mis dedos antes de que eyacule.

- Hooo joder, tienes dedos de hada, mi reina, me dice.

Me levanta, nos enjuagamos rápidamente y salimos de la ducha.

- Tenemos un día largo hoy.

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