Mi portátil descansaba sobre la cama. La videollamada estaba abierta con la cara de las chicas detrás de la pantalla. Estábamos conversando —más bien, debatiendo a muerte— sobre cuál tono de blanco debía ir en la pared principal de la galería. Yo les había mandado cinco fotos al grupo, enumeradas, esperando que alguna alcanzara consenso.
—Es el mismo blanco, Vera —soltó Lina covencida, ampliando la imagen en su pantalla. Josef estaba a su lado, serio, revisando también.
—No es el mismo —refuté, revolviendo mi cabello frustrada le señalé por decimocuarta vez el número uno en el celular—. Este tiene un subtono cálido. Se nota. Mira bien cómo refleja la luz lateral.
—Por favor, Vera, ¿quién nota eso? —bufó Lina, cruzándose de brazos—. Todos son exactamente iguales. Estás completamente loca reina.
—No son iguales —respondí firme—. Este tiene matices que el resto no tiene. ¡Fíjense bien!
—Estás alucinando, cariño —añadió Annette, soltando una risa burlona—. Yo sé de colores, y esto es el m