Los pasos de Morgan se hacían cada vez más lentos. Las sonrisas de las enfermeras y del médico, amigo de su madre, solo la incomodaban en vez de consolarla e inspirarle confianza.
En un pequeño vestidor se quitó toda su ropa y se puso una batita que apenas y la cubría hasta los muslos.
—¿Estás lista? —preguntó la enfermera con una gran sonrisa mientras la llevaba a la camilla donde la intervendrían.
—No… —respondió Morgan y puso su mano sobre el vientre.
—Tranquila… Todo saldrá bien… —dijo la enfermera acariciando su brazo con ternura.
Morgan tragó sa