Cuando Ivar llegó a la oficina, se sorprendió de ver a Morgan, escribiendo insistente en su computadora y revisando por ratos la lista de pendientes.
—¿Por qué llegaste tan temprano? —preguntó levantando una ceja.
—¿Quién le dijo que llegué temprano? Tal vez ni siquiera regresé ayer a casa… —dijo Morgan sin despegar la mirada de su pantalla—. Que poca atención le presta a sus empleados, señor Haugen.
—Suelo ignorar a los que son contestones y hostiles…
—Es entendible… No toleramos nuestros defectos cuando están en otra persona…
Ivar torció los ojos y entró a su despacho, sabía que sería una pelea que nunca acabaría. Morgan tenía la habilidad de responder a cada uno de sus comentarios con la misma carga de sarcasmo y hostilidad que él. Aun así, cuando cerraba la puerta dejando atrás a esa secretaria odiosa, no podía evitar sonreír divertido de su ingenio.
Sobre el escritorio había una pila de documentos ordenados. Eran los encargos de Morgan ya resueltos y listos para ser firmados.