Es que temo enamorarme

Cuando probé la crema no quedé decepcionado, sino, al contrario, fascinado. El plato de la noche anterior no había sido solo un asunto de suerte, sino la confirmación de que la joven era una chef con grandes cualidades y, si la crema me entusiasmó, el solomillo consiguió enamorarme y eso era, precisamente, lo que más temía.

—Me parece, señor, que si considera usted que la chef del bistró tiene las cualidades para ese puesto, debería hablar con ella y contratarla —Había dicho Gerardo, mi secretario privado, esa mañana, cuando le comenté que había llevado a la chef y su hija, la noche anterior, hasta su casa.

—Y creéme que lo haría, si no fuera por el hecho de que es una mujer —contesté, con la mirada puesta en el ventanal de mi despacho, admirando la calle, a la gente que se afanaba por llegar a sus trabajos, los negocios que abrían y los colegiales corriendo a las escuelas.

—Me temo que no entiendo, señor —dijo Gerardo—. Usted nunca ha considerado el sexo para realizar una contratac
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