Valeria se enderezó despacio, como si no quisiera romper el equilibrio precario que acababan de construir.
—Haz una sola cosa hoy —dijo—. Solo una.
Sofía levantó la mirada, aún vidriosa.
—¿Una?
—Sí. —Valeria asintió—. No intentes entenderlo todo. No intentes demostrar nada. Limítate a escuchar. A observar. A sobrevivir al día sin exigirte más de lo necesario.
Sofía dejó escapar una risa breve, insegura.
—Eso suena… poco ambicioso.
—Suena humano —corrigió Valeria—. Y ahora mismo es suficiente.
Se hizo un silencio más ligero. No cómodo, pero ya no opresivo.
Valeria miró el despacho, luego volvió a Sofía.
—Cuando acabemos aquí —añadió—, si te parece, salimos un rato. Cambiamos de aire. Te prometí ayudarte con tu proyecto y no me he olvidado.
Sofía frunció el ceño, dudosa.
—¿Aún… aun después de todo esto?
—Precisamente por eso —respondió Valeria—. No quiero que olvides quién eres solo porque alguien ha decidido por ti.
Sofía apretó el botellín entre las manos.
—Gracias —mur