Capitulo 12

El aire en el pasillo hacía que el vello de mis brazos se erizara.

Cada paso que daba sobre la alfombra de felpa oscura parecía absorber el sonido, dejándome a solas escuchando mi propio corazón.

Nueve y cincuenta y ocho de la noche.

Estaba entrando en el nido de Dante Moretti, y por primera vez desde que inicié este plan, sentí que mi entrenamiento como tiradora y mis años de derecho no eran más que juguetes de papel frente a esto..

Lucas me esperaba frente a la puerta de madera de roble negro, maciza y prohibida.

No había rastro de la amabilidad profesional que uno esperaría de un asistente.

Su mirada era una evaluación gélida, despojándome de mis capas hasta dejar al descubierto la fragilidad que intentaba ocultar.

— Entre, señorita Barnes. El tiempo es el único recurso que el Señor Moretti no perdona desperdiciar — Dijo Lucas con una voz desprovista de emoción, abriendo la puerta para dejarme pasar al vacío.

Al entrar, el aire de su perfume me golpeó.

La oficina tenía una oscuridad elegante paredes revestidas de cuero y un aroma persistente a whisky caro y peligro latente.

Dante estaba allí, sentado detrás de un escritorio de caoba que parecía un altar.

Su silueta se colaba con las luces de la ciudad de Nueva York brillando a sus espaldas como joyas robadas.

A su derecha, Marcus, el guardaespaldas de mirada de piedra, permanecía inmóvil.

No se movía, ni siquiera parecía respirar, era una gárgola de carne y hueso.

Su presencia era un recordatorio silencioso de que en esta habitación, la ley no existía.

Dante no se levantó para recibirme. Simplemente me observó con esos ojos de cazador, evaluando mi postura, mi respiración, mi miedo.

— Te tomó bastante tiempo decidirte, Mujer Flama — Dijo, su voz era fría y baja, pero firme. — O debería decir... Amalia Barnes.

Me congelé.

Escuchar mi nombre real salir de sus labios fue como sentir el cañón de un arma en la nuca.

La máscara de la bailarina, la fachada que con tanto cuidado había construido en el club, se hizo trizas en un segundo.

Sin embargo, el orgullo de los Barnes fluyó por mis venas.

No bajé la cabeza.

Me acerqué al escritorio con pasos lentos y deliberados, sentándome en la silla de cuero frente a él sin esperar una invitación.

— Veo que tus empleados son tan eficientes investigando como él es limpiando sus cuchillos. — Respondí, lanzando una mirada hacia Marcus.

Dante soltó una risa seca, un sonido corto que no llegó a sus ojos oscuros.

Se inclinó hacia adelante, invadiendo mi espacio con su vibra oscura.

— En este mundo, Amalia, la identidad es lo primero que se pierde y lo último que se recupera. Sé quién eres desde el momento en que pusiste un pie en mi club.

Me incliné hacia él, sintiendo el odio arder en mis entrañas, una llama que se alimentaba del recuerdo de mi padre conectado a esas máquinas.

— Entonces hablemos claro, Dante. Si sabes quién soy, no lo logro entender porque sigues buscándome. ¿Qué es lo que estás tramando?

Dante se reclinó en su silla, entrelazando los dedos con una calma que me resultaba insultante.

Su expresión se volvió endurecida, ocultando cualquier rastro de culpa o arrepentimiento.

— Lo que tú creas sobre mí es irrelevante para los negocios, Amalia, en esta ciudad, nadie es puramente inocente. Solo me preocupo por el futuro

— ¿Y qué futuro puedes tener conmigo? — Pregunté, apretando los puños sobre el escritorio.

— Quiero un activo. Alguien con tu apellido, con tu clase y con ese fuego que escondes bajo tu ropa de oficina.

— Comprendo...

— Hay alguien que está casando muchos problemas en en mis negocios, necesito a alguien justo como una mujer flama que me ayude. — Sonrió.

Dante se levantó con la gracia de un depredador y rodeó el escritorio.

Se detuvo a centímetros de mí, obligándome a mirar hacia arriba.

Su aroma a madera y peligro me envolvió, nublando mis sentidos.

— Mañana hay una reunión crucial, necesito una acompañante, alguien que proyecte la imagen de la mujer perfecta, pero que camine a mi lado como una Moretti. Necesito que seas mi fachada, Amalia, que los distraigas con tu elegancia mientras yo les corto la respiración.

— ¿Quieres que sea tu cómplice? — Pregunté con una mueca de asco.b— ¿Después de lo que pasó? Estás loco si crees que voy a ayudarte.

Dante me tomó de la barbilla, con una presión que no llegaba a doler pero que era absoluta.

Sus dedos estaban calientes contra mi piel fría.

— No te estoy pidiendo un favor. Te estoy ofreciendo un trato. Si sales por esa puerta y te niegas, te conviertes en un cabo suelto. Y Marcus tiene órdenes muy específicas sobre qué hacer con los cabos sueltos para que nunca vuelvan a la superficie.

Hozo una pausa, dejando que la amenaza cayera hondo, intentando que yo cayera con ella.

— Pero si aceptas, estarás a mi lado, en el centro de todo. Verás cómo opero, conocerás a mis contactos y tendrás acceso a información que nunca podrías obtener desde afuera.

No lograba comprender del todo, algo oculta porque no me ofrecería eso sin conocerme.

— Es tu oportunidad de oro, Amalia, quédate cerca de tu enemigo para descubrir la verdad... o para encontrar el momento exacto en que mi guardia baje.

El dilema era una tortura.

Cada fibra de mi ser gritaba que este hombre era el monstruo que arruinó mi vida.

Pero mi sed de justicia era más fuerte que mi miedo.

Si aceptaba, estaría en las entrañas de la bestia.

Podría encontrar las pruebas, los nombres, la confirmación de su culpabilidad.

— ¿Y qué gano yo, además de seguir respirando? — Lo desafié, sosteniéndole la mirada.

— Ganas mi protección, y ganas el derecho de ver cómo cae la vieja guardia que tanto daño le hizo a tu mundo. Porque créeme, Amalia, cuando termine con los traidores, no quedará nadie que se atreva a tocarte.

Me puse de pie, rompiendo el contacto.

El peso del anillo en mi bolso se sentía como una marca de fuego.

El juego ya no era de infiltración, era una guerra abierta de manipulaciones.

— Acepto, Dante, seré tu acompañante. Pero no te equivoques... no soy tuya, solo soy el arma que has decidido cargar.

Dante sonrió, una sonrisa que enviaba escalofríos por mi columna.

Me di cuenta de que él disfrutaba de mi odio, le resultaba estimulante.

— Me gusta que el arma tenga espinas... Lucas te dará las instrucciones, mañana, a las ocho, el chofer te recogerá.

— Muy bien... Sin tantas órdenes la próxima.

— Prepárate, Amalia, el mundo de los Moretti no perdona los errores de etiqueta... ni las traiciones de corazón.

Salí de la oficina con las piernas temblando, sintiendo que acababa de firmar un contrato con el diablo.

Estaba dentro.

No sabía si Dante era el asesino, pero estando a su lado, tarde o temprano vería la sangre en sus manos... o descubriría quién era el verdadero responsable mientras caminaba sobre el filo de la navaja.

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