Massimo apretó la mandíbula con tanta fuerza que dolía. Sentado al borde del escritorio de la suite de hotel, con el móvil aún vibrando sobre la superficie de madera, recordaba las palabras del imbécil de Ernesto Bruninni. Estaba realmente luchando contra las ganas de estrellarlo contra la pared. Él le había dicho en su cara, sin ningún problema, que apenas Alba fuera libre intentaría algo, o peor, que iría trabajando para cuando llegara ese momento.
¡Cómo le decía eso al marido de alguien!
¡Cómo se atrevía ese bastardo a intentar algo con su mujer!
Cerró los ojos cuando recordó aquellas palabras en el porche de la puerta de su esposa después de que ambos fueran expulsados por discutir. Una discusión causada por él, claramente.
—Apenas firmes ese divorcio, voy a ir tras Alba —había dicho con maldad—. Ella necesita recordar lo que es tener un hombre de verdad a su lado, uno que no le crea las mentiras a cualquiera. Además… merece ser feliz.
¿Quién demonios se creía ese payaso?
Massimo