Mientras tanto, Oliver, después de colgar el teléfono, pasó todo el día fuera de sí.
Absorto en los documentos frente a él, mi actitud fría y distante le provocó un presentimiento oscuro que no podía ignorar.
Hasta que Diego irrumpió en su oficina, desencajado:
— ¡Oliver! ¡Jessica desapareció! ¡Alguien la vio abandonando la manada!
Su voz temblaba entre el pánico y el miedo.
Oliver se quedó paralizado. Se levantó de un salto, pero luego volvió a caer en su asiento, fingiendo calma para sí mismo y para Diego:
— No es para tanto. Ya se fue una vez y regresó al año. Seguro está enfadada y quiere llamar la atención.
Dio un resoplido arrogante, pero la expresión le duró poco. Con la mano temblada, sacó su teléfono y marcó mi número.
El tono de llamada sonó una y otra vez, sin respuesta. Solo entonces su rostro palideció.
— Lucía también me llamó, dijo que Jessica actuaba rara. Oliver, ¿y si ella…?
— ¡Cállate! — rugió, ahogando su propia ansiedad.
Se puso la chaqueta y salió corriendo:
— ¡Va