Oliver y Diego buscaron mi rastro como locos.
Al final, rastrearon el origen de aquella recompensa y llegaron a la casa del anciano.
Pero ir a las Tierras Invernales era una misión secreta de la manada de hombres lobo.
Para guardar el secreto, el anciano no tuvo más remedio que negarles la entrada.
Oliver y Diego esperaban frente a su puerta cada día, hasta que una gran nevada cayó.
Ambos cayeron inconscientes en la nieve.
El anciano conocía lo que había pasado entre nosotros, así que no reveló mi paradero, limitándose a negar con la cabeza una y otra vez.
Hasta que Oliver, apoyándose en el marco de la cama, se arrodilló ante él y suplicó entre lágrimas:
—Solo queremos disculparnos… Solo verla una vez más…
El anciano suspiró y finalmente dijo:
—Esperad un tiempo. Si todo va bien, ella regresará. Pero sí no…
No terminó la frase. Miró a Oliver y Diego, petrificados, y murmuró en voz baja.
—Si la amaban tanto… ¿Por qué la trataron así?
En la habitación estrecha y gélida, solo quedaron los