Al verme de pie en el comedor, melancólica, Lucía, la sirvienta, no pudo evitar sentir pena y se acercó para consolarme:—Señorita Jessica, coma algo primero. Ha estado ocupada todo el día.Instintivamente, me sequé los ojos y asentí, sentándome con ella a la mesa.Quizás es para animarme, pero Lucía comenzó a contar anécdotas divertidas de mamá, también travesuras y momentos graciosos de cuando Oliver, Diego y yo éramos pequeños.La casa fría se calentó de nuevo, llenándose de nuestras risas. Era la primera vez, después de que me fuera de casa, que reía tan feliz.Lucía miró la tarta de piña que ya se había enfriado, y murmuró:—Señorita Jessica, ¿no es su tarta favorita? La calentaré para usted.Lucía había sido la sirvienta de mi madre, me había visto crecer y era como parte de la familia.Mis ojos se humedecieron, al pensar que, al menos, aún había alguien en aquella casa que recordaba mis gustos.Mientras Lucía regresaba de la cocina con la tarta caliente, saqué mi tarjeta
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