Sus llantos eran tan fuertes que, en un instante, atrajeron todas las miradas a su alrededor.
Diego no dudó en quitarse su chaqueta para envolverla con firmeza, lanzándome una mirada llena de furia:
— ¡Jessica! ¿Qué le has hecho esta vez a Calista?
Me quedé paralizada, solo escuchando los sollozos entrecortados de Calista:
— ¡Dijo que no merecía este vestido! Entró al probador, lo rompió y… ¡También me arrancó la ropa! Quería humillarme delante de todos, ¡que vieran que no soy digna de ser parte de la Familia Blanco!
Sus palabras provocaron murmullos entre los presentes.
La gente comenzó a rodearme, señalándome con dedos acusadores y llamándome egoísta y malvada.
Intenté negar con la cabeza, desesperada, mirando a Diego:
— ¡Hermano, no fui yo! Cuando entré, ella ya estaba.
De repente, una bofetada violenta interrumpió mis palabras.
Diego me miró con ojos gélidos, la voz cargada de ira:
— ¡Después de un año, y sigues igual! ¡Nunca aprendes a arrepentirte!
El sonido del golpe resonó en m