Capítulo 4
La respuesta de Oliver no me dolió como hubiera imaginado.

A los dieciocho años, esas palabras me habrían destrozado. Pero ahora, solo los miré con calma y respondí con tono neutro:

—De acuerdo.

—Jessica, deberías madurar y dejar de hacer berrinches —dijo Oliver, frunciendo el ceño, exasperado.

No repliqué. Mis ojos se posaron en Calista, quien, escondida detrás de los dos, me lanzó una mirada burlona de victoria.

¡Felicidades!

Aparté la vista en silencio y me di la vuelta para irme, pero Diego me agarró de la muñeca, deteniéndome.

—Jessica, vamos. Volvamos a casa.

Esta vez, su agarre fue suave, como si temiese lastimarme. Pero le aparté la mano con delicadeza y negué con la cabeza:

—Tengo cosas que hacer…

«Ese ya no es mi hogar. No tengo por qué volver.»

—¡Hermana! Oliver y Diego si te quieren —intervino Calista, fingiendo un puchero—. Después de que te fuiste, me obligaron a devolverte tu habitación y la cerraron con llave. ¡Ni siquiera puedo entrar! La habitación es tuya
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