Capítulo 2
Al verme de pie en el comedor, melancólica, Lucía, la sirvienta, no pudo evitar sentir pena y se acercó para consolarme:

—Señorita Jessica, coma algo primero. Ha estado ocupada todo el día.

Instintivamente, me sequé los ojos y asentí, sentándome con ella a la mesa.

Quizás es para animarme, pero Lucía comenzó a contar anécdotas divertidas de mamá, también travesuras y momentos graciosos de cuando Oliver, Diego y yo éramos pequeños.

La casa fría se calentó de nuevo, llenándose de nuestras risas. Era la primera vez, después de que me fuera de casa, que reía tan feliz.

Lucía miró la tarta de piña que ya se había enfriado, y murmuró:

—Señorita Jessica, ¿no es su tarta favorita? La calentaré para usted.

Lucía había sido la sirvienta de mi madre, me había visto crecer y era como parte de la familia.

Mis ojos se humedecieron, al pensar que, al menos, aún había alguien en aquella casa que recordaba mis gustos.

Mientras Lucía regresaba de la cocina con la tarta caliente, saqué mi tarjeta bancaria y se la entregué. Era todo el dinero que había ahorrado durante los años que había estado fuera de casa, incluyendo el subsidio que la manada de lobos otorgaba a sus protectores.

Lucía frunció el ceño, confundida, y me preguntó:

—Señorita Jessica, ¿qué está haciendo?

—Lucía, les compré regalos a mis hermanos y a Calista, pero no a ti. Estoy agradecida por todo tu cuidado estos años, así que toma esto como un regalo.

Lucía dudó al recibir la tarjeta. Después de pensar un rato, no pudo evitar preguntar con preocupación:

—Señorita, ¿ha pasado algo?

Le sonreí para tranquilizarla y aseguré:

—No, solo que he encontrado un nuevo trabajo y quiero agradecer a quienes me cuidaron.

—¿El nuevo trabajo es peligroso? ¡Por favor, no haga nada riesgoso! —repuso Lucía tomándome de las manos, frunciendo el ceño con inquietud.

Negué con la cabeza y, sonriendo, le dije:

—No, no es nada peligroso.

Quería cumplir el último deseo de mamá, por eso nunca había considerado peligroso proteger las Tierras Invernales.

Al escuchar mi respuesta, Lucía se tranquilizó y se apartó.

Miré las tartas de frutas sobre la mesa. Aunque la de piña tenía un gran pedazo faltante por culpa de Calista, seguían guardando los recuerdos más preciados con mi familia.

Aunque ya había cenado y estaba más que satisfecha, no pude evitar seguir comiendo.

Mientras comía, una lágrima cayó sobre la tarta. Suspiré, me sequé disimuladamente el rostro y seguí comiendo con avidez:

—Mamá, esta vez me comí las tartas de manzana y piña solas. Oliver y Diego no tuvieron que cedérmelas —murmuré, con la voz quebrada, mirando las tartas.

Antes, mamá siempre compraba ambas para complacer a los tres.

Cuando veía a Oliver y Diego disfrutar la de manzana, también quería probarla. Entonces, Oliver me acariciaba el pelo, sonreía y me cedía el suyo, y él compartía con Diego.

¿Desde cuándo se había vuelto todo tan frío entre nosotros?

Tragué como una máquina, reviviendo los recuerdos dolorosos.

Todo había comenzado el día que llevaron a Calista a la Familia Blanco.

Su padre había muerto al caer de un acantilado para proteger a mi padre, el Alfa. Después de eso, Oliver había heredado el título, y, al encontrar a Calista, huérfana, la adoptó.

Al llegar, ella había señalado mi vestido, diciendo que lo quería para ella. Y, cuando fruncí el ceño, ella estalló en llanto.

Mis hermanos, aunque me defendieron, no evitaron reprocharme.

Fue la primera vez que Oliver me apartó para susurrarme:

—Calista es menor que tú. Como hermana mayor, debes cederla.

En ese momento no le di mucha importancia. Después de todo, yo era su hermana de sangre y Calista era solo una huérfana digna de lástima.

Nunca imaginé que, después de esa vez, vendrían la segunda, la tercera... y que, por más que cediera, una y otra vez, los conflictos con Calista nunca terminarían.

A diferencia de mí, ella sabía cómo ganarse a mis hermanos. Lloraba cuando era necesario, y cuando no, se hacía la víctima.

Poco a poco, la paciencia de mis hermanos se agotó, inclinándose siempre hacia ella, sin importar si yo tenía razón o no.

El peor momento había sido hacía un año, cuando Calista quiso quedarse con mi habitación, ante lo cual me rebelé de inmediato.

Esa habitación había sido decorada por mi madre antes de morir. Era el único recuerdo que me quedaba de ella.

Oliver y Diego lo sabían, así que al principio no intervinieron. Pero Calista, acostumbrada a su apoyo, rompió en llanto tan fuerte que casi se desmayó.

Noté cómo entreabrió un ojo para ver las reacciones de mis hermanos, por lo que no pude evitar fruncir el ceño. Y ese pequeño gesto en mi rostro bastó para que mis hermanos se pusieran de su lado.

—¡A partir de hoy, Calista se quedará en tu habitación! ¡Es el castigo por tu falta de bondad! —anunció Oliver con decisión, mientras me empujaba fuera de la habitación.

Forcejeé, golpeé la puerta, tratando de recuperar el último rincón que guardaba a mamá, pero Diego me encerró en el ático.

Allí, en la oscuridad, lloré hasta casi desvanecerme.

Lucía fue quien, a escondidas, me liberó.

Ese día entendí todo y decidí irme.

Si no fuera porque, antes de ir a las Tierras Invernales, quería verlos una última vez, ni siquiera me hubiera molestado en volver. Y, mucho menos, habría fingido arrepentirme ni le hubiera pedido perdón a Calista por errores que jamás cometí.
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP