Me enamoré del hijo de mi enemigo
Me enamoré del hijo de mi enemigo
Por: Sunflowerfield
1. Prepara todo (Pasado)

— Dos mercancías han llegado en un estado lamentable. No solo fue una vez, han sido dos veces seguidas en los envíos provenientes de Rusia qué ocurre este tipo de problema. Debemos tener cuidado, está por salir otro en una semana, es prioridad asegurar que llegue en buen estado.

Russell no dijo nada al instante, pero eso no significaba que no estuviera molesto, por supuesto que lo estaba y era visible en el modo en que se oscureció su mirada color azul zafiro.

— Prepara todo, nos iremos a Rusia, si ellos no saben embarcar la mercancía de manera apropiada tú les enseñarás cómo hacerlo, mientras tanto yo saludaré al viejo Ivanov, algo me dice que él no es quien está a cargo de ese tipo de operaciones.

Con eso se resumía todo.

Russell iría a ver si era el inútil del hijo mayor de su socio, era quien le estaba jodiendo los cargamentos, en la opinión de Russell, el hombre era una m****a, una deshonra a su padre, motivo por el que ambos tenían una clara rivalidad, y como era de esperar está solo se incrementaba a medida que pasaba el tiempo. Una de las causas era que Yuri Ivanov siempre ponía al americano de ejemplo para su hijo, a veces le gustaría haber conocido al hijo que murió y saber si el viejo lo tenía idealizado o realmente era mucho mejor que Alexei. Tenía que serlo porque alguien como él no podía haber criado a dos inútiles.

Rusia recibió a Ethan con un frío que le calaba hasta los huesos, sin embargo, a él no le importaba ese clima, le hacía sentirse en casa, no podía explicarlo, pero llegar a Rusia era encontrar la paz que no encontraba en Nueva York.

— Señor Russell, el señor Ivanov, nos ha enviado a buscarle y nos ha ordenado asegurarnos que llegue sano y salvo a su casa.

Ethan ni siquiera se extrañó de que Sergey, uno de los hombres del viejo Yuri Ivanov, lo estuviera esperando, seguramente habían sido informados del destino de su vuelo desde el instante en el que su avión privado abandonó los estados unidos y emprendió el vuelo directo a Rusia, él lo habría sabido de ser al revés, los hombres como ellos debían anticiparse y prepararse para todo, la clave siempre era la información.

— Así que el viejo se ha enterado de mi llegada.

— El señor Yuri desea saber cuál es el motivo para su visita tan inesperada.

Russell no dijo nada, solo se desabrochó uno de los botones del abrigo que en ese momento lo resguardaba del frío y espero a que Sergey le abriera la puerta de la limusina, tras lo cual entró en el vehículo, seguido por Bradley, su mano derecha.

— He tenido problemas con dos de los embarcos que tu jefe me ha enviado.

El lacayo no dijo nada, simplemente se dirigió al chófer en ruso y después de aquello el coche empezó a circular rumbo a la mansión de Yuri Ivanov.

Eso le dejaba claro lo que había pensado: Alexei era quien se encargaba de sus embarques y no le gustaba. El trato que tenían no era ese, tenía que dejarle claro a Yuri que no quería a su vástago metido en nada que tuviera que ver con él.

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Para Vladímir cada día era más difícil convivir con su padre y esa estúpida obsesión por convertirlo en "un hombre".

Si ser un hombre significaba parecerse a él de algún modo, no había nada que le hiciera querer serlo, no recordaba haber recibido jamás una palabra de apoyo o comprensión, sin duda cariño era pedir demasiado, ni siquiera recibió consuelo cuando perdió a su madre un par de años atrás, solo había recibido golpes desde entonces.

En realidad aquel día empezó su infierno, desamparado sin ella para protegerlo, a veces se preguntaba cuántas cosas había vivido en manos de ese salvaje para quitarse la vida de la forma en que lo hizo. ¿Cuántas veces lo habría protegido de saber lo que sucedía? ¿Cuántas cosas se le habían escapado de niño y su madre había evitado que viera y sufriera? ¿Cuántas veces había sido su escudo?

Pero esta vez Alexei, porque se negaba a llamar padre a ese animal que por desgracia lo había engendrado, había hecho algo que Vladímir jamás podría perdonarle, incendiar la sala de baile en la que tantas horas pasó con su difunta madre.

Poco le importó al bastardo de Alexei poner en riesgo la casa entera con tal de deshacerse de aquello que había hecho de su hijo un marica y a su vez, hacer que el único lugar seguro, de la casa para el joven desapareciera, que sus recuerdos con su querida madre se desvanecieran en medio de aquel humo negro que parecía presagiar su futuro, tan oscuro como los restos de aquel incendio, tan borroso que era incapaz de vislumbrarlo.

Aquella misma noche desapareció de la cárcel que Alexei Ivanov llamaba casa, poco le importaba ya estar allí, solo pretendía hacer y vivir su vida.

En algo aquel animal tenía razón.

Era hora de aprender a ser un hombre lejos de él, haciendo su propia vida, siendo libre y no, no podía esperar a cumplir los 18.

Aunque solo faltaran unas semanas, debía alejarse de él en ese instante, ese hombre era capaz de acabar con él antes de llegar a la mayoría de edad, porque su sola presencia consumía todo el aire de la estancia en la que se encontrara ahogándolo.

Caminaba cubierto con una capucha por San Petersburgo, a esas alturas ya lo estarían buscando, y él esperaba tener el tiempo suficiente como para llegar a la estación de trenes y largarse de allí antes de que algunos de los hombres de su padre lo encontrara.

Había pensado en tomar un avión, pero siendo menor de edad no podía salir del país sin un permiso de un adulto a cargo y, por desgracia, ese era el mismo del que pretendía huir.

Estaba tan distraído paseando que no se percató de aquel coche que casi lo atropella, hasta que, el estruendoso ruido del frenado de los neumáticos, lo alertó, pero no lo suficientemente rápido como para no recibir aquel golpe que lo hizo caer.

— M****a, ¿De dónde ha salido ese?—Gruñó el chófer bajando rápidamente con la intención de cargarse al gilipollas de turno que se les había cruzado por delante, si no es que lo había hecho ya. Sin duda ese sería un mejor final para el pobre desgraciado.

— Pero mira por dónde vas Imbécil — tragó saliva al darse cuenta de quién era — ¿Señorito Vladímir?

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