Capítulo 7
La siguiente vez que fui a llevarle la comida, Verónica me recibió con la misma efusividad de siempre.

Pero al instante, mis ojos se clavaron en el collar que llevaba puesto. Yo tenía uno exactamente igual guardado en casa.

Había sido un regalo de aniversario de Ricardo. Recordé perfecto cómo Verónica lo había elogiado en su momento: «¡Qué collar tan bonito! Qué buen gusto tiene Ricardo. Qué suertuda eres. A mí seguro nunca nadie me va a regalar algo así de lindo».

Ya desde entonces, sus palabras me habían revuelto el estómago.

Al ver que no le quitaba los ojos del cuello, Verónica me sostuvo la mirada, sonriendo, sin mostrar la menor señal de culpa.

—Ese collar tuyo…

—Ah, este —dijo, sin cambiar de expresión, admitiendo con total descaro—. Me lo regaló el señor Vargas.

En aquel momento, yo había discutido con Ricardo por eso, pero él insistió en que solo era una recompensa por el buen trabajo de Verónica, que yo me estaba haciendo ideas erróneas.

Fue también esa vez cuando tuve que re
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