Capítulo 8
En aquel entonces, la culpa y el remordimiento me hacían llorar sin parar.

Pero él, con ternura, me secaba las lágrimas y sonreía restándole importancia:

—No pasa nada, es solo una cicatriz. No le quita ni un poquito de guapo a este galán.

Pero mis lágrimas solo caían con más fuerza.

—¿Te duele?

Al verme llorar, no supo qué hacer.

—No me duele, de verdad que no. Ya no llores, ¿sí? Por favor, Eli, te lo pido. Si sigues, solo harás que me duela muchísimo más que cualquier herida...

En ese tiempo, él era capaz de meterse en medio del fuego para salvarme sin pensarlo ni un segundo.

Pero ahora, la persona por la que se arriesga sin pensarlo dos veces ya no soy yo.

Pero tiempo después, la familia de Ricardo, el joven de oro, sufrió un golpe inesperado. De la noche a la mañana lo perdieron todo, quedaron en la ruina y con deudas enormes. Él cayó de la cima al abismo.

Me puse de puntitas para besarle las lágrimas.

—Todavía me tienes a mí. Siempre voy a estar contigo.

Sin dudarlo, elegí la mism
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