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Estamos en el restaurante, es abierto, se ve el jardín y está lleno. La música alegre se escucha y se condimenta con la gente sonriendo. Enseguida somos recibidos por una morena sonriente.
—¡Bienvenidos! —nos recorre con la vista a cada uno y mis amigos ofrecidos se la hacen más fácil—. ¿Serán solo siete?
—Estás en lo correcto, muñeca, ni más ni menos —agregó demasiado efusivo Jorge y se la come con la vista.
La seguimos hacia la mesa, se ve la vista perfecta y tenemos la piscina al frente. La noche es refrescante y antes de que se vaya la morena la detengo. Mi toque la confundió y percibí su emoción al ser agarrada por el antebrazo y rápido aclaré.
—¿Nos podrías tomar una foto grupal? —sus ojos se entristecen y rompí las ilusiones que se creó—. ¿Si puedes y no te metes en líos? —pregunté y ella asiente como robots.
—Por supuesto —se animó de golpe y su voz subió de tono—, es todo un placer poder ayudar —me tiende su mano y coloqué el celular con la cámara activada.
Después qu