Por un instante, la fuerza de mi voz dejó a Ethan paralizado.

Al oírme, los invitados empezaron a murmurar entre ellos.

—¿Oyeron lo que dijo? Que anda con el Alfa hace tres años, que hoy era su boda y que hasta este templo se lo regaló... ¿será cierto?

—¡Por favor! Puras mentiras. Todos conocemos a Ethan desde niño, sabemos muy bien qué clase de hombre es.

—Sí, ¿y ahora va a venir a decir que la Manada del Alba también es suya?

De pronto, una voz femenina, temblorosa, se animó a hablar:

—Pero... yo vi en una revista la marca de su vestido. Es carísima, de lujo total. Ni siquiera a Lilith la vi con algo así.

La cara de Lilith se crispó de rabia. Giró hacia la chica y la fulminó con la mirada.

—¡Ignorante! ¿Qué vas a saber tú de marcas? ¡Y pensar que vivimos pared con pared! Nunca vi a alguien defender así a una extraña.

La muchacha se encogió en su asiento, intimidada, y calló de inmediato.

Ethan, satisfecho, desvió la mirada hacia mí.

Con un gesto teatral, levantó la mano de Lilith para que todos vieran el destello de los anillos de piedra lunar.

Me miró con altivez, creyéndome ya derrotada.

—Elizabeth, dices que hoy era nuestra boda. ¿Tienes pruebas? ¿Un vínculo de apareamiento conmigo? ¿Una marca que lo confirme? ¿Un anillo, una ofrenda, algún símbolo de unión? —su voz sonaba firme—. Todo eso, se lo di a Lilith.

Ella se acurrucó contra su hombro, sonriendo con soberbia.

—Exacto, Elizabeth. No inventes.

Con esas palabras, Ethan terminó de condenarme. Y yo… no tenía cómo defenderme.

Era cierto: lo acepté como compañero sin pedirle nada a cambio. Ni anillos, ni pruebas, ni juramentos. Solo lo amaba, y creí que eso bastaba.

Nunca imaginé que ese amor mío acabaría siendo el golpe más duro de mi vida.

Las miradas se volvieron cuchillos.

—¡Una adúltera que se mete en lo ajeno! ¿Qué más va a decir ahora?

—¡No podemos dejarla ir así, que aprenda la lección!

Un hombre me agarró del cabello y me tiró al suelo con violencia.

El padre de Lilith le hizo una seña a un tipo corpulento y sudoroso.

El hombre lo entendió al instante: se inclinó hacia mí, con la boca torcida en una sonrisa repugnante, y ya traía las manos listas para desgarrar mi vestido.

—Mamacita, venir a joder bodas ajenas se paga caro. Hoy vas a ver lo que le pasa a una zorra que se mete donde no la llaman.

Grité con desesperación, forcejeando cuanto pude, pero ya tenía brazos y piernas sujetos por varios de ellos.

El miedo me heló la sangre. En medio del caos, grité el nombre de Ethan, rogándole que recapacitara, que los detuviera.

Su mirada se tensó de golpe. Dio un paso al frente...

y entonces Lilith lo jaló suavemente de la manga.

—Ella nos arruinó el día más importante de nuestra vida. Déjame, solo quiero que reciba un pequeño escarmiento.

—Pero... —dudó Ethan, con un atisbo de conflicto en la voz.

—Tranquilo. La gente de nuestra manada sabe hasta dónde llegar. No pasará nada grave. Además, estamos aquí, vigilando. ¿Qué podría ocurrir?

Él guardó silencio y no volvió a intervenir.

Lilith lo rodeó con sus brazos, y Ethan, como embrujado, acarició distraído su espalda... mientras más hombres se acercaban a mí con esas manos sucias y ansiosas.

—¡Suéltenme! —grité con todas mis fuerzas—. ¡Están ultrajando a la futura Luna de esta manada, y serán juzgados por la diosa!

De pronto, una bofetada me nubló la vista y me dejó tambaleando.

—¿Luna? —escupió el agresor—. ¡Tú no eres más que una cualquiera! Esto no es profanación, ¡es justicia divina!

Las voces obscenas me rodeaban, como un mar de lodo dispuesto a tragarme.

El pánico me hizo cerrar los ojos: mi dignidad, mi nombre, todo estaba a punto de hacerse pedazos.

Y justo en ese instante, desde la puerta, una voz clara cortó la escena como un rayo:

—Perdón la demora, tenía un asunto pendiente.

El aire en el templo cambió de golpe.

—¡Deténganse! —tronó la voz—. ¿Qué demonios creen que están haciendo?