Me salió una risa irónica y le di un puntapié a Ethan con la punta del pie.
—Mira mi apellido y ahora mira el tuyo. ¿De verdad crees que necesito ser tu asistente? ¿Y tu suegro? ¿Ni siquiera sabe qué puesto ocupa su propia hija en la manada?
Apenas terminé de hablar, un hombre sentado cerca me lanzó cáscaras de girasol.
La sala entera estalló en carcajadas.
—¿En serio? ¿Una mujer que quiere trepar tan alto y ni siquiera se informa del rango de su presa? —se burló uno.
—¿Sabes quién es Ethan? El Alfa que gobierna vastos territorios, con una fortuna incalculable, miles de guerreros bajo su mando, mansiones y autos de lujo sin fin.
—¿Ves este templo? Enorme, lujoso, hecho solo para ceremonias... ¡todo gracias al Alfa Ethan!
—Y ni hablar de Lilith —añadió otro—. No solo lleva las riendas de la manada, también cerró decenas de acuerdos comerciales. Gracias a ella, la Manada del Alba multiplicó su poder en nada de tiempo.
¿Lilith, la que se encarga de la manada?
¿La que negocia por él?
¿La que hace crecer su patrimonio?
¡Qué ridículo!
Invertí millones de mi propia fortuna para levantar todo esto. Además, aproveché la influencia de mi padre, líder de la Alianza de Lobos, para abrirle puertas.
Yo, nacida en una familia noble, no dudé en rebajarme y asistir a decenas de banquetes para asegurarle un acuerdo tras otro.
Pasé noches enteras planeando y guiándolo paso a paso en esos planes complejos de la manada.
Y hasta tuve que meter las manos yo misma, porque con su mirada tan corta y su nula experiencia era incapaz de cumplir las responsabilidades que le tocaban como Alfa.
Sin mí, ese Alfa mediocre, nacido en tierras pobres y sin armas decentes... con tan poco talento y esfuerzo, ¿cuántas generaciones de los suyos habrían tenido que pelear para tener lo que hoy anda presumiendo?
Un hombre entre la multitud, molesto con mi actitud, se giró hacia Ethan:
—Alfa Ethan, pasa que es demasiado blando con los suyos. ¿Cómo una simple asistente se atreve a colarse en su boda? Yo, en su lugar, la echo ahí mismo para que entienda dónde le toca estar.
Un murmullo de aprobación recorrió la sala.
Ethan me clavó la mirada con severidad y me habló como a una empleada insolente.
—Después de lo que hiciste, ya no puedes seguir como asistente —su voz sonaba grave, con un aire de generosidad—. Igual reconozco que llevas años en la manada, algo habrás hecho. No te voy a dejar tirada: te mando a la frontera como guardia. Y si me vuelves a desafiar, ahí sí te echo para siempre.
Su manera de actuar desató una oleada de aplausos.
—¡Qué grande es nuestro Alfa! —se oyó—. Con qué nobleza trata incluso a quien lo ofende.
Yo, en cambio, solté una carcajada cargada de ironía.
—¿Expulsarme? —lo encaré de frente—. Vamos, inténtalo. Quiero ver cómo piensas hacerlo.
Entre la gente resonó una voz burlona:
—Y claro, ¿qué miedo va a tener una como ella de que la echen? La sacan de aquí y se va a otra manada a venderse igual. ¿De asistente cuánto crees que saca?
Las risas y las insinuaciones no tardaron en estallar.
El mismo bruto, con el torso desnudo, que antes había querido golpearme, ahora me miraba con un brillo lascivo en los ojos, casi babeando.
—Muñeca, dime tu precio. No puedo pagarte lo que pagan los de arriba, pero siendo amigo de tu Alfa, seguro me haces un descuento, ¿no?
Lo miré fijo, con la cara helada de rabia.
—Ethan, ¿vas a seguir callado? ¿Vas a permitir que me insulten así y negar quién soy en tu vida?
Él dudó unos segundos, y luego apartó la mirada.
—Lilith es mi futura compañera. Ante ella no tengo nada de qué avergonzarme —respiró hondo—. Vete ahora y todo esto quedará en el olvido.
Lilith sonrió con aire triunfante.
—Elizabeth, sé que te duele. Armas este escándalo y lo único que conseguiste fue manchar tu propio nombre —dijo con falsa compasión—. Si hubieras aparecido en otro momento, quizá Ethan, tan generoso como es, te habría dejado sacarle algo de dinero. Pero elegiste justo nuestra boda. Aunque lo calumniaste, él todavía no te expulsa. ¿No es suficiente prueba de su nobleza? ¿No sientes remordimiento?
Con lágrimas de cocodrilo, tomó la mano de Ethan.
Él, solícito, sacó su pañuelo y se las secó con ternura.
Los observé montar su ridícula farsa, mientras la rabia y la humillación me ardían por dentro.
Sin pensarlo dos veces, le solté una patada en la espalda a Lilith.
Ella pegó un grito y se desplomó de bruces en brazos de Ethan.
—¡Elizabeth, estás loca! —rugió él.
Verla lastimada lo sacó de sí. Se abalanzó sobre mí y me cruzó la cara con una bofetada brutal.
El golpe me estampó contra la mesa. Quedé cubierta de comida y vino.
El candelabro de plata me arrancó la piel del brazo desnudo y dejó ampollas rojas, grotescas.
La plata nos envenena: el ardor me atravesaba y sentía a mi lobo aullando de dolor por dentro.
Ethan lo ignoró por completo. Abrazó a Lilith con fuerza y me gritó:
—¡Discúlpate con ella ahora mismo o esto no termina aquí!
Los ojos de Lilith brillaban de triunfo.
Me levanté a duras penas, apoyándome en el brazo quemado.
Las ampollas parecían bocas abiertas burlándose de mí, de todo lo que había entregado por este amor.
El ardor en el brazo no dejaba de crecer, y mi voz sonó más dura que nunca:
—Ethan, ocultaste tu relación con Lilith y jugaste conmigo tres años. Hoy, en el templo que yo misma levanté para nuestra boda, te casas con ella delante de todos. Y todavía pretendes que me disculpe.
—¿Así que porque todos estos años te di todo lo que quisiste, ahora crees que puedes pasarte de vivo y hasta pisotearme? Mira que en cualquier momento te dejo sin nada, tirado en la calle.