Cuando volví en sí, mis ojos estaban vendados, y no podía ver ni una pizca de luz. Mis manos y pies estaban atados, y un dolor intenso recorría mi espalda. La cuerda que me ataba por la espalda fue tirada hacia arriba, y mis pies se sumergieron en agua fría.
El agua helada fue subiendo poco a poco, cubriéndome el pecho, hasta llegar a mi cabeza… No podía respirar, ni siquiera podía gritar para pedir auxilio.
Mientras luchaba con desesperación la cuerda fue levantada. Respiré con fuerza, hasta que ya no pude toser más. Solo entonces, alguien en la orilla comenzó a hablar.
—Has provocado a la persona equivocada, por eso alguien me envió para torturarte.
Antes de que pudiera responder, fui arrojada nuevamente al agua profunda. Esto ocurrió varias veces, cada vez que sentía que me iba a ahogar, me sacaban del agua.
Finalmente, me arrojaron a la orilla, y alguien en la orilla marcó un número de teléfono:
—Jefe, todo está listo.
Escuché la voz de Sebastián al otro lado del teléfono:
—Lárguense inmediatamente. Lo demás, déjenmelo a mí.
Poco después, escuché pasos apresurados a lo lejos. Luego, fui liberada de mis ataduras y abrazada con fuerza.
Antes de desmayarme por completo, vi los ojos enrojecidos de Sebastián.
—Lo siento, Lena. No quiero hacerte daño, pero no debiste haberle hecho daño a Claudia. Te castigo esta vez, y de ahora en adelante, debes recordar la lección.
Claramente, quien me hirió fuiste tú, ¿pero porqué al final parece que eres tú quien no puede alejarse de mí? Es como si viviéramos en la misma contradicción de nuestra vida pasada.
Sebastián me llevó de vuelta a mi apartamento. Desde la muerte de mi madre, él solía venir a cuidarme, e incluso le di las llaves de mi casa.
Después de llamar al médico de la familia para asegurarse de que estaba bien, se quedó a mi lado cuidándome toda la noche.
—Lo siento, Lena. Cuando celebremos nuestra boda, te compensaré como es debido.
Antes de marcharse al amanecer, escuché sus palabras.
Ya no habrá boda, pensé.
Me senté, la cabeza aún me dolía. Mi pie derecho, aún torcido por las cuerdas que lo habían atado, me hacía caminar con dificultad.
Metí la mano en el bolsillo y, al rozar la figurita de jade que venía con la foto de mi mamá y yo, la que Sebas me había regalado, sentí un respiro en el pecho. Al menos, eso seguía intacto.
La puerta fue pateada con fuerza, y Claudia apareció frente a mí. Detrás de ella, estaban varias jóvenes de familias adineradas, las mismas que siempre la seguían. Al ver mi aspecto tan desaliñado, soltó una risa burlona:
—¿Hermana, qué te pasó? ¿Así te has quedado?
No tenía ganas de responderle, pero justo cuando pensaba en irme, ella continuó:
—¿Sabes porqué casi te ahogas anoche? Seguro que el hermano Sebastián ni siquiera fue contigo al parque de atracciones, ¿verdad? Qué lástima, él no sabe que te vas a casar para unirte a otra familia. Ayer solo querías despedirte de él.
—Yo le dije que tú, como siempre, volviste a hacer berrinches de niña rica, y me empujaste a la piscina. Él ordenó que te secuestraran para castigarte, pero fui yo quien les dio el dinero a los secuestradores para que te torturaran sin parar hasta que casi te ahogaras.
Hermana, que patética eres.
—¡Cállate! ¿No tienes miedo que Sebastián descubra la verdad? Él detesta la mentira más que nada.
Claudia se rió aún más divertida:
—¿Cómo lo sabría? Tú casi te vas a ir, y ese padrino ya mató a tres esposas. ¿Qué más te queda por vivir?
Claudia hizo un gesto con los ojos, y las chicas que la acompañaban se acercaron rápidamente para sujetarme. En un instante, me arrebató la figura de jade que tenía en las manos.
—¿No decías que todo lo que es mío proviene de ti?
Dicho esto, levantó la mano bien alto.
—Ahora verás cómo destruyo todo lo tuyo. .
—¡Nooooo! —grité desesperada.
Pero ya era demasiado tarde. La figura de jade cayó al suelo, haciéndose trizas.
Ni siquiera me dio tiempo de recoger los pedazos y tratar de recomponerla. Claudia ya había ordenado a los guardaespaldas que me subieran al coche y nos dirigimos directamente al aeropuerto.
Cuando Sebastián terminó con los asuntos de la empresa y llegó a mi apartamento, solo encontró oscuridad.
Una sensación de inquietud le invadió el pecho, y rápidamente se dirigió a la mansión familiar de los López.
—Tío, ¿dónde está Elena?
—¿Elena? Ella debe de estar ya en Italia.
El corazón de Sebastián comenzó a latir con fuerza, y con voz temblorosa preguntó:
—¿Por qué… por qué se fue allí?