¡Silvina volvió a quedarse totalmente desconcertada!
¿Qué demonios le pasaba a ese hombre?
¿En qué clase de lógica torcida funcionaba su mente?
—¡Suéltame! ¿Qué estás haciendo? —Silvina forcejeó con todas sus fuerzas, pero su poca energía no podía compararse con la de Leonel.
La ansiedad le apretó el pecho y, sin poder contenerse, las lágrimas se desbordaron de sus ojos. Entre sollozos, gritó:
—¡Leonel, eres un maldito!
Sí, eso es… —pensó Leonel— Tomás dijo que si la dejas insultar, dejará de estar enojada.
Silvina golpeaba sin parar el pecho de Leonel, pero su fuerza era tan leve que para él no era más que cosquillas.
—No llores, me duele verte así. —Al notar las lágrimas en su rostro, Leonel pronunció esas palabras sin siquiera pensarlo.
Silvina se quedó helada, completamente confundida.
En el siguiente instante, Leonel bajó la cabeza y, con una ternura insólita, besó las gotas que rodaban por las mejillas de Silvina.
Sus movimientos fueron tan suaves que parecía temer que ella, en