Capítulo 4

Sin casi darse cuenta, Rose salió del hotel Granchester y se puso a buscar un taxi, pero después no fue capaz de recordar nada del trayecto. Solo comenzó a ser consciente de lo que le pasaba cuando llegó al apartamento que compartía en Notting Hill y trató de olvidarse del príncipe moreno de rostro orgulloso y atractivo.

Entró en el apartamento y dejó sobre la mesa su bolso, aliviada por haber llegado a casa sana y salva.

Le encantaba el apartamento que se había comprado. Ocupaba la primera planta en una casa de altos techos. Pero había sido un capricho caro como primera vivienda y tenía que pagar unas letras muy altas cada mes, por eso estaba compartiendo con Lara, su compañera de piso.

Lara era una actriz enérgica que declaraba siempre ser la invitada de Rose. Pero no era cierto. Rose creía en la igualdad y trataba de respetar esa idea en todas las facetas de la vida.

-No eres mi invitada, somos compañeras de piso -insistía siempre. Era una casa típica de mujeres solteras, llena de color en las zonas compartidas. En el dormitorio de Lara, reinaba un caos y un desorden que Rose había acabado por aceptar. En el vestíbulo, había un perchero del que colgaban bufandas de colores vivos y por el salón, había varios jarrones con flores baratas que compraban en el mercado. En el cuarto de baño, había tantos frascos de perfume y cremas, que parecía una tienda-. ¿Hay alguien en casa?

-¡Estoy en la cocina! -Rose fue a la cocina y se encontró allí a Lara, que estaba sirviéndose un café con leche y tomando una onza de chocolate. <<Su dieta básica y mi café>>, pensó Rose-. ¿Te apetece un café? -preguntó Lara con una sonrisa en los labios.

-No, gracias, creo que necesito una copa.

-¿No vienes de una boda?

-Pero no he tomado ni gota de alcohol en todo el día -contestó con amargura.

No había bebido para mantener la cabeza clara, ¡y mira cómo se había comportado en la pista de baile! Dio un suspiro profundo mientras se servía una copa de vino.

-¿Te encuentras bien? -preguntó Lara con curiosidad.

-¿Por qué no iba a encontrarme bien?

-Pareces y poco... no sé, nerviosa.

<<¿Nerviosa?>>, se dijo Rose, llevándose la copa a los labios. Podía ver su reflejo en el espejo de forma de cerdo que colgaba sobre la mesa de la cocina. Tenía la cara pálida, desde luego. Tenía aspecto de haber visto un fantasma.

-Sí, estoy algo nerviosa.

-¿Por qué? ¿Ha sido una vida horrible o es que te ha pasado algo?

-No, ha estado todo muy bien -fue la respuesta de Rose-. Ha sido la boda más bonita en la que he estado.

-¿Entonces por qué tienes esa cara?

Rose se sentó ante la mesa de la cocina y dejó su copa.

-Es una tontería, la verdad... -alzó la vista para mirar a Lara a los ojos-. ¿Te he contado alguna vez que el mejor amigo del marido de Sabrina es un príncipe?

Los ojos marrones de Lara se abrieron de par en par.

-Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

-No, es cierto. Es el príncipe de un país... bueno, de un principado en realidad, que se llama Maraban y está en Oriente Próximo.

-Y ahora me vas a decir que es espectacularmente rico y guapo, ¿a qué sí?

-¡Pues sí! -contestó Rose, dando un suspiro-. Es exactamente así. Es el hombre más guapo del mundo. Alto, moreno y guapísimo...

-Sí, claro.

-¡No, de verdad! Es divino. He bailado con él... -no terminó la frase al recordar el cuerpo de él tan cerca del suyo-. He bailado con él y...

-¿Y qué?

-Y... -no hacía falta explicar lo que había pasado en la pista de baile. Se estremeció al recordarlo y alzó los ojos para mirar a Lara, que la estaba contemplando con la boca abierta.

-No ha pasado nada, ¿verdad?

Rose parpadeó al pensar en la implicaciones de la pregunta de Lara.

-No, claro que no. No pensarás que soy capaz de acostarme con un hombre que acabo de conocer en una boda, ¿verdad? -preguntó indignada.

-¿Entonces que ha pasado?

-Él... bueno, me propuso que fuéramos a tomar una copa juntos cuando los novios se marcharan -le explicó a su compañera de piso.

-¿Y cuál es el problema? Le habrás dicho que sí, claro.

-La verdad es que le dije que no.

Lara la miró divertida.

-¡No te entiendo! Es guapo, es un príncipe y le has dado calabazas. ¡Por el amor de Dios!

-No lo sé. Bueno,no es eso exactamente. O sí. Es que era tan irresistible...

-Eso normalmente es un punto a favor, ¿no te parece?

-Pero es un hombre que nunca se comprometería. Estoy segura de que no, lo llevaba escrito en la frente.

-¿Has dicho que nunca se comprometería? Creo que no he entendido bien. Espera un poco. ¿Has bailado con un hombre y ya estás pensando en compromisos? Precisamente tú, que siempre estás diciendo que no piensas casarte...

-Hasta que cumpla los treinta y cinco -aseguró Rose con expresión decidida-. Para entonces ya estaré preparada. Además, la gente en la actualidad tiene más esperanza de vida, así que es normal que nos casemos más tarde.

-Muy romántico.

-Muy realista.

-¿Entonces por qué hablas de compromiso? ... O mejor dicho, de la falta de él -Rose bebió un trago de su copa. ¿No parecería muy fantasiosa si le decía a Lara que Khalim emanaba algo peligroso que la atraía y al mismo tiempo la repelía? ¿Y no resultaría muy débil si le confesaba que tenía miedo de enamorarse perdidamente de él? Lara tendría razón si le decía que no podía conocerlo, pero Rose era muy intuitiva, y todavía más respecto a ese hombre. De hecho, estaba segura de que su intuición era cierta... aunque no sabría explicar por qué. Había estado enamorada dos veces en su vida. Había tenido un novio en los años de universidad y luego, cuando había comenzado a buscar trabajo, había estado saliendo con un ejecutivo durante nueve gloriosos meses. Hasta que había descubierto una noche que el hombre en cuestión no era precisamente monógamo. Desde entonces era bastante sensata y cuidadosa respecto a los hombres. Podía tomarlos o dejarlos, y lo que normalmente hacía era dejarlos...-. ¿Te apetece ir al cine? -preguntó Lara, consultando el reloj de pared-. Todavía tenemos tiempo.

Rose hizo un gesto negativo con la cabeza. ¿Para qué ir a ver una película si sabía perfectamente que no iba a poder concentrarse en ella?

-No, gracias, creo que me voy a dar una ducha.

Consciente de estar siendo observado de cerca por su emisario, Khalim caminaba de un lado para otro en el ático. Parecía un gato salvaje encerrado. Fuera, las luces de la ciudad brillaban con el aspecto de una fabulosa galaxia, pero Khalim era inmune a su belleza.

Siempre que iba a Londres por cuestiones de trabajo, para lo cual solía aprovechar las épocas de mal tiempo en Maraban, se quedaba en el hotel Granchester. Tenía una habitación reservada constantemente a su nombre, aunque la mayor parte del tiempo estuviera vacía. Había sido decorada de acuerdo a sus gustos, para que fuera lo más diferente posible a su casa y los Maraban. En ella dominaban la madera clara y los cuadros abstractos modernos. Y es que era así como le gustaba vivir. Le encantaba el contraste entre Oriente y occidente, porque ambos modos de vida le aportaban algo.

Una vez más, perdió la mirada en las luces que poblaban el cielo de Londres.

En un momento dado, se volvió hacía Philip Caprice y levantó las manos en un gesto de frustración e incredulidad. Había sido embrujado por un par de ojos azules y por una cabellera dorada. No era capaz de sacarse la imagen de aquella mujer de la cabeza. Deseaba tenerla allí con él esa noche... en su cama, dónde la poseería. La haría suya una y otra vez, pensó, dando un gemido.

-¿Señor? -dijo Philip Caprice, mirándolo preocupado-. ¿Le pasa algo?

-¡No puedo creerlo! Debo estar perdiendo mi encanto -Philip esbozó una sonrisa, pero no dijo nada. No era su cometido dar opiniones. Su papel era el de comportarse como mero acompañante del príncipe, a menos que le pidieran otra cosa. Khalim volvió sus ojos oscuros hacia su emisario, tratando de olvidarse de la piel clara de Rose-. ¿No dices nada, Philip?

-¿Quiere mi opinión?

Khalim dio un suspiro e hizo un gesto con la mano.

-Por supuesto -pero notó la mirada indecisa del hombre-. ¡En el nombre de Akhal-Teke, Philip! ¿Crees que tengo tanto ego que no puedo oír la verdad?

Philip arqueó sus cejas oscuras.

-Lo que voy a decirle es solo mi interpretación de la verdad. Para cada uno es diferente.

Khalim sonrió.

-Es cierto. Pareces un verdadero marabanés cuando hablas así. Dime tu opinión, Philip. ¿Por qué he fracasado con esa mujer, si no había fracasado antes con ninguna?

-Siempre ha visto cumplido su deseo, señor.

-No siempre -contestó Khalim, estorbando peligrosamente los ojos-. Aprendí lo dura que es la vida en un internado inglés.

-Sí, pero desde que se hizo adulto, no le ha sido negado nada, señor, cómo sabe perfectamente. Particularmente en lo que respecta a las mujeres. Khalim dio un suspiro profundo. ¿Desearía a Rose de aquella manera simplemente porque había sido rechazado? A él, que se le habían ofrecido las mujeres más hermosas del mundo. Aunque, eso sí, su satisfacción nunca había sido plena, quizá por la facilidad con que había conseguido conquistarlas.

-Solo había habido una mujer que me había rechazado hasta el momento.

-¿Sabrina?

Khalim asintió, recordando lo fácilmente que había aceptado aquello. Luego trató de adivinar por qué con Rose era diferente.

-Pero aquello fue distinto; ella está a enamorada de Guy, que es un amigo al que quiero y respeto. Pero esta mujer... esta mujer...

Y la atracción había sido mucha. Khalim estaba seguro de que Rose había tenido que luchar contra el deseo que también de había despertado en ella. Cuando la había tomado en sus brazos, lo había deseado con el mismo ardor que él a ella. Khalim había pensado entonces que iban a hacer el amor aquella misma noche y eso le producía en esos momentos aún más amargura.

-¿Cómo se llama? -preguntó Philip.

-Rose -la palabra le salió como si fuese un verso de algo poesía aprendida de niño.

La palabra misma tenía un sonido dulce y suave. Aunque las rosas también tenían espinas que podían herirle a uno, se recordó Khalim con un estremecimiento.

-¿Y si está enamorada de otro hombre? -sugirió Philip.

-No, no hay ningún hombre en su vida.

-¿Te lo ha dicho ella? -Khalim asintió-. Quizá simplemente no le resultaras... atractivo.

Khalim esbozó una sonrisa de complacencia.

-Sí le gusté -aseguró, poniendo una mano sobre el corazón-. Claro que sí -Khalim recordó el modo en que el cuerpo de ella había respondido mientras bailaban. Y también él había reaccionado de un modo especial. ¿Cuánto tiempo hacía que una mujer no lo excitaba de esa manera? Desde que su padre había caído enfermo y él se había tenido que responsabilizar del gobierno del país, apenas había tenido tiempo para el placer. Y ninguna mujer, se daba cuenta de ello, lo había excitado antes de aquella manera. Khalim tragó saliva. El olor de ella seguía pegado a su túnica-. Voy a darme un baño -declaró.

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