-Siéntate Catherine- indicó la señora Rebeca detrás de su escritorio
Por la noche la señora Rebeca me llamó por teléfono pidiéndome que fuera a verla a su mansión
El lugar era muy amplio para ser solo un despacho, en las paredes blancas se encontraban colgadas grandes pinturas que valían millones y en lado izquierdo un gran piano blanco.
-Me imagino que debes estar enterada que Mathew tiene la aprobación para divorciarse de ti- dijo encendiendo un puro.
-Así es.
La señora Raquel me escaneó con la mirada mientras exhalaba el humo por su boca.
-Catherine ¿Qué crees que hace grande a una mujer? ¿intelecto? ¿carisma? O ¿belleza?
-Supongo que todas ellas.
-Sabes, Camila es una cabeza hueca pero muy astuta, es como una serpiente del desierto, esperando el momento oportuno para asechar a su presa.
Me quedé callada escuchándola atentamente
-Tú tienes belleza e intelecto, pero ¿sabes lo que no te ayuda? Tu estupidez.
Mi estupidez, era algo que la señora Hollad me recalcaba siempre que me veía