84. Siguiendo el Rastro
Jueves, tres y cuarenta de la tarde.
San Vicente de la Barquera aparece ante mí como una postal de una España que creía perdida. Casas blancas con tejados rojos se apiñan alrededor de un puerto pequeño, donde barcos pesqueros se mecen suavemente bajo un cielo que amenaza lluvia. Es exactamente el tipo de lugar donde Max y yo habríamos venido en circunstancias diferentes, buscando paz y tranquilidad lejos del caos de Madrid.
La ironía no se me escapa. Ahora estoy aquí persiguiendo a mi ex-marido, no para unas vacaciones románticas, sino para salvarlo de sí mismo.
Conduzco lentamente por las calles estrechas del pueblo, observando a los lugareños que caminan sin prisa, ajenos al drama que me ha traído hasta aquí. Una pareja mayor camina de la mano por la acera, y por un momento siento una punzada de dolor al imaginar cómo podríamos haber sido Max y yo en treinta años.
Concéntrate, Lorena.
Aparco frente a "Alimentación García", la tienda donde Max usó su tarjeta por última vez según los