20. Suite 507
La mañana llegó con el tipo de silencio que presagia tormenta.
Bajé al comedor encontrando a Max ya sentado, periódico desplegado frente a él. Isabela estaba al otro extremo de la mesa, tomando té con esa delicadeza estudiada que me irritaba los nervios.
—Buenos días —dije, sirviendo café.
Max apenas levantó la vista del periódico.
—La cobertura del evento es positiva. Tu discurso fue... efectivo.
No era un cumplido. Era una observación clínica.
Isabela dejó su taza con cuidado calculado.
—Fue valiente lo que hiciste, Lorena. Aunque no estoy segura de merecer esa... ambigüedad sobre quién manipula a quién.
La miré por encima de mi taza.
—No fue sobre ti, Isabela. Fue sobre control de narrativa. Algo que claramente entiendes muy bien.
El veneno en mi tono era apenas perceptible, pero ella lo captó. Sus ojos se estrecharon brevemente antes de recuperar la máscara de víctima vulnerable.
Max se levantó, doblando el periódico.
—Tengo trabajo pendiente en el estudio. No me interrumpan.
Salió