36. No debiste provocarme

El portazo retumbó como un latigazo en las paredes de piedra.

Eryx cerró la puerta con tal fuerza que la hizo estremecer. Lana apenas tuvo tiempo de girar hacia él cuando la acorraló contra la pared, una de sus manos apoyada a la altura de su rostro, la otra a un costado, bloqueando toda posible vía de escape.

Su cuerpo no la tocaba pero el calor que desprendía era abrasador, intenso.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo?—gruñó con la voz rasgando el aire entre ellos—. ¡Te atreviste a bailar así delante de ellos!

Lana alzó el mentón aunque su corazón galopaba sin control pero no quería mostrar miedo.

No ahora cuando sentía que había ganado una batalla haciéndole perder el control al Alfa.

—Estaba bailando. Eso hacen las concubinas, ¿No? Tú lo ordenaste —replicó ella con el pecho erguido.

Él apretó la mandíbula con un tic nervioso saltando en su cuello. Su mirada un incendio, una mezcla de rabia y deseo tan abrumadora que la hacía temblar, su respiración era fuerte, como un animal
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