103. Mi hembra está preñada
Su lobo dominaba cada músculo mientras avanzaba entre los árboles como una sombra hambrienta, desgarrando ramas, arrancando pedazos de corteza.
El bosque estaba helado, pero él ardía.
Su marca seguía quemando, con la certeza más cruel de todas su hembra, se estaba alejando de él.
No veía nada más allá de la desesperación, ni escuchaba nada que no fuera su propio pulso enloquecido.
De pronto, una figura apareció entre los árboles y le bloqueó el paso.
Eryx clavó las garras en el suelo, frenando con una violencia que arrancó pedazos de tierra y sus ojos lo miraron fulminantes como si quisiera matarlo.
Era Caius.
El Beta no retrocedió, aunque cualquiera con instinto habría caído de rodillas.
—Eryx —Su voz sonó tensa, pero firme—. Escúchame.
El gran lobo le mostró los colmillos, gruñendo amenazante,
Caius levantó una mano.
—No voy a pelear contigo pero sí voy a decirte la verdad.
Entonces su cuerpo se tensó más de lo que ya estaba, porque lo entendió en su mirada, incluso si él no había di