Esa misma noche, cuando Laura entró al cuarto buscando su cargador, los mellizos saltaron como si la hubieran estado esperando desde hacía horas.

—¡Laura! —exclamó Mara con una sonrisa sospechosamente dulce—. Justo la persona que necesitábamos.

—Eso suena a problema —respondió ella, cruzándose de brazos—. ¿Qué traman ustedes dos?

—Nada malo —dijo Armando, sonriendo con inocencia forzada—. Solo queremos hacer un pequeño experimento social.

Laura los miró con la desconfianza propia de una hermana mayor que ha sobrevivido a demasiadas travesuras.

—Ajá. ¿Y qué tipo de experimento “social”?

—Uno sobre cómo los adultos usan las aplicaciones de citas —dijo Mara, intentando sonar académica.

—¿Qué? —Laura arqueó una ceja—. ¿Desde cuándo enseñan eso en la escuela?

—Es para estudiar el comportamiento humano —explicó Mara, improvisando con total seguridad—. Necesitamos una voluntaria que cree un perfil. Con fines científicos, claro.

—¿Fines científicos? —repitió Laura, conteniendo la risa—. No sé