Cap. 12: Quiero reconocer a mi hijo.
Amelia esa mañana escuchaba con atención a los padres de los nuevos estudiantes, manteniendo el porte sereno y profesional que había aprendido a proyectar.
—No quise inscribirlos en ninguna otra institución —explicó Dafne Duque, con la voz suave pero firme—. Yo misma fui considerada una niña genio… y fue una pesadilla. Me obligaban a compartir espacios con adultos, a demostrar, a rendir. Perdí mi infancia en medio de laboratorios y pizarras. No quiero eso para mis hijos.
Luis Díaz, sentado a su lado, asintió con un gesto más práctico, aunque en su mirada brillaba el orgullo.
—Queremos que aprendan, sí, pero que sigan siendo niños. Que tengan retos, claro, pero no al precio de su inocencia.
Amelia apoyó las manos sobre la mesa, con una sonrisa tranquila.
—Entiendo perfectamente —dijo—. La fundación nació justamente para eso: acompañar sus capacidades sin robarles la infancia. Aquí no los tratamos como adultos pequeños. Son niños, con talentos extraordinarios, pero niños al fin.
Volvió l