Cap. 11: Pero tampoco voy a destruirla a ella.
Amelia apagó la lámpara de la mesita de noche con cuidado, procurando no perturbar el sueño de Teo. El niño dormía profundamente, con los bracitos abiertos y los puños cerrados como si intentara atrapar el mundo incluso en sueños. Sus pestañas largas descansaban sobre sus mejillas, y un mechón rebelde le caía sobre la frente.
Se inclinó, lo besó con ternura en la piel tibia y le acomodó las sábanas. Luego acarició su cabello claro con los dedos temblorosos, guardando ese instante en su memoria como un amuleto.
Cerró la puerta despacio.
La sala la recibió con un silencio denso, apenas roto por el murmullo lejano de la ciudad que se extendía tras los ventanales. Caminó descalza, sintiendo el frío del mármol, y se sirvió una copa de vino. El cristal tintineó débilmente contra la botella.
—Seis años —susurró, con un hilo de voz—. ¿Por qué ahora?
Se dejó caer en el sofá, abrazando la copa entre las manos. La imagen de Iker volvió con una fuerza devastadora: su mirada ámbar clavada en la su