Frutos de una niñez amarga.
La luz dorada del televisor se reflejaba en las paredes del hotel, llenando la habitación con un resplandor cálido. Con las piernas dobladas sobre la cama, jugueteé con las papas fritas que compartía con mi esposo, mientras la imagen de Agnes apareció en pantalla.
Mi amiga estaba radiante. Su vestido rosa fluía con elegancia mientras sostenía la mano de mi hermano. Cuando Amy cortó el listón, los invitados aplaudieron, y yo, desde la comodidad de mi luna de miel, no pude evitar hacer lo mismo.
—¡Mira, Arman! —Exclamé emocionada girándome hacia mi esposo que estaba recostado a mi lado—. ¡Lo logró!
Arman sonrió brevemente, con ese aire recatado que lo caracterizaba. Se acomodó en los almohadones, observándome más que a la televisión.
—¿Dudabas de Oliver? —Preguntó con voz grave, aunque había un deje juguetón en sus ojos.
Negué con la cabeza, incapaz de apartar la mirada de la transmisión.
—Sabes lo mucho que significa para Agnes. Cuando Oliver me pidió ayudarlo con la ubica