Nos encontramos en una camioneta, a una manzana del restaurante de Christopher. No puedo controlar mis nervios, sé que estoy a pocos pasos de recuperar a mi hija; También sé, que tengo que mantenerme tranquila si quiero que ese idiota sea capaz. Si no lo hace, no tengo la menor idea de cuál va a ser mi siguiente paso. Ian llamó a dos compañeros; se ocupan de la parte logística, fue lo que me explicó cuando le pregunté qué hacían aquí. No me dio más respuesta ni aclaración alguna; de todas formas no pregunté más, no importaba, no me interesa. Es ayuda, y siempre vienen bien unas manos de más.
—Ten —me dice Ian, alcanzándome unas pequeñas bolitas que he visto muchas veces en películas—, son auriculares; póntelos, así nos escucharás —aclara.
-De acuerdo.
Se acerca a mí, mostrándome otro aparato demasiado chico, como del tamaño de una moneda de diez centavos.
—Voy a ponerte esto para escucharte, ¿vale? —Asiento en silencio, pero Alex se acerca y se lo saca de la mano.
—Yo lo hago —ordena. Ian retrocede, levanta los hombros y sigue repartiendo los aparatos—. No quiero que hagas esto.
—Sabes que tengo que hacerlo.
—Lo sé, pero no quiero —repite.
-Alex...
—Lina, estoy muerta de miedo de que te pase algo; no sé qué haría si no te tengo junto a mí...
—No va a pasarme nada, todo va a salir bien —Lo tranquilizo, o eso trato de hacer. Toma una bocanada de aire y asiente.
—No hagas una estupidez, voy a estar cerca. Lo prometo —Sella su promesa con un beso, haciendo que mi cuerpo reaccione como solo él sabe hacerlo.
—Vamos, tortolitos, es hora —anuncia Gaby, interviniendo.
—Que comienza el juego —suelta Ian, bajando de la camioneta.
Todos bajamos, mirándonos a la espera de una orden. Tenía muchas ganas de empezar a caminar y terminar con esto de una vez, pero mis pies y mi cuerpo no responden; No sé por qué m****a me siento tan nervioso, nunca me sentí así, y odio sentirme de esta manera.
—Ok, Lina irá conmigo, como acordamos, y ustedes se anuncian después de cinco minutos y se sitúan cerca de donde nos encontramos —Nos mira uno por uno esperando a que asintamos—. Bien, vámonos.
—Ian —llama Alex, agarrándolo del brazo—. No permitas que haga ninguna idiotez, que no enloquezca —le pide.
—Tranquilo, estará bien.
—Solo cuídala —exige e Ian asiente, entonces comenzamos el camino al restaurante.
—Bien, por esta noche eres mi chica —se guasa el rubio, pasando su brazo por mis hombros.
—Quita tus sucias manos de ella —espeta Alex a través del auricular.
—Tranquilo, primo, solo estoy actuando —responde sin quitar su brazo de mí.
—Ahora —ordena Alex. Es muy sexy en plan posesivo.
—Bien; hombre, no es para tanto —Quita su brazo y no puedo evitar reír por su pelea estúpida—. Entonces, ¿eras una chica mala? —me interrogo—. Digo, andabas con mafiosos, salías con uno; eras mala, pero de las malas de verdad.
Lo que dijo no me ofendió, sabía que lo decía en broma y para aligerar la presión de lo que estábamos por hacer.
—Sigo siendo mala.
—Eso me gusta; Soy un chico malo, y tú eres mi chica mala.
—Voy a romper tu jodida cara, Ian —Se vuelve escuchar a Alex por el auricular, cosa que provocó una risa estruendosa por parte de Ian. Era muy obvio que lo hacía para molestarlo, y lo estaba logrando.
—No te preocupes, Alex; es solo por esta noche, después te la devuelvo —Se burla y vuelve a posar su brazo en mí.
—Voy a patearte el culo. Quita tus manos —sisea irritado mí hombre. Ian solo se ríe y sigue adelante; ya estábamos cerca de la puerta del restaurante, por lo que hizo caso omiso a las maldiciones y juramentos de golpearlo que le dedicaba su primo.
—Buenas noches, señor. ¿Tiene reserva? —saluda el recepcionista al entrar.
-No; En realidad, buscaba al señor Donovan.
—Lamento informarle que el señor Donovan no se encuentra en este momento.
—Sé que está; avísele que el agente Ian Russel está aquí —demanda, mostrando su placa y haciendo que el recepcionista insolente palidezca.
—¿Y la señorita no se presenta?
—No es necesario —espeto.
— ¿No alcanza con mostrar mi placa? —pregunta Ian con una mirada amenazadora.
—Un segundo, señor —Asiente, y se adentra más al restaurante.
—Asustas a la gente —le digo en voz baja.
—A las mujeres, no —contesta con arrogancia, elevando sus hombros; es increíble lo ególatra que es, supongo que es una virtud familiar.
—Cuando ese ego también es droga, es tinta de la peor —señalo con una media sonrisa, obteniendo un Ian pensativo.
El abre la boca para retrucar, pero es interrumpido por el recepcionista.
—El señor Donovan los recibirá; pasen por aquí, por favor —anuncia antes de guiarnos hasta Christopher.
Mi corazón empezó a latir con fuerza, ya estábamos más cerca. Llegando a su mesa pude verlo observándonos con la barbilla en alto, mostrando su pedantería y su carencia de miedo. Eso hizo alejar mi nerviosismo y temor, para reemplazarlo por enojo y furia; Recuerdo muy bien al imbécil, recuerdo bastante bien cómo me miraba, y cómo nunca nos toleramos, siempre estaba diciéndole cosas de mí a Dany, tratando de ponerlo en mi contra. Ahora recuerdo las pocas veces que nos hemos cruzado y las muchas otras en las que escuchó conversaciones telefónicas entre ellos.
—Agente Russel —saluda Christopher a Ian, pero con su mirada puesta en mí.
—Donovan —corresponde poniéndose delante, tapando la visión de Christopher.
—Veo que no vino solo—expresa, señalándome con la mirada.
—Eso no importa —refuta mi compañero, dirigiéndome con una mano hacia atrás para mantenerme cubierta con su cuerpo.
—Adelina, un placer volver a verte —me saluda, obviando la prepotencia de Ian.
—¿Adelina? ¿Te llamas Adelina? —me pregunta Ian con una sonrisa burlona.
—Cállate.
Me hago a un lado de su protección y dirijo mi mirada a Christopher.
—¿No sabías cómo se llamaba tu novia? —curiosoa con tono sarcástico y elevando una ceja.
—Mi chica es así, una caja de sorpresas —suelta el rubio, pasándome un brazo por los hombros.
—Sí, eso he escuchado —menciona, con sus ojos fijos en mí.
—Y ya que estamos hablando de mi chica, hay algo que le quitaron y lo queremos de vuelta.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué es eso que le quitaron?
—No te hagas el idiota, sabes muy bien que estoy aquí por mi hija, sabes que Dany la tiene —A medida que hablo, voy acercándome a él—. ¿Dónde está?
— ¿Cuántas veces nos hemos visto? —indaga, y sin esperar respuesta, prosigue— ¿Dos veces? Y las dos veces que te vi, sabía que ibas a traicionar a Dany, que ibas a ser su perdición; es más, se lo dije más de una vez. Siempre lo metías en problemas con su padre, por tu condenada boca viperina y tú terquedad; y mira, no me equivoqué.
—¿Ahora vas a leerme la borracha del café? —espeto con ironía.
—Tranquila, ángel —escucho a Alex por el auricular, al tiempo que Christopher muestra su media sonrisa.
—Veo que no cambies; no sé qué vio Dany en ti. Eres hermosa, no me malinterpretes, pero eres un problema; un problema obstinado.
— ¿Dónde estás, Christopher? —inquiero sin paciencia.
—No sé dónde está, y aunque lo supiese, no te lo diría; ya sabes, nada personal, pero no me caes bien —responde con insolencia, elevándose de hombros.
—Sí sabes; si él está en Estados Unidos vino a verte.
—Ah, sí; lo vi a él ya su hija. Por cierto, hermosa niña; tiene sus mismos ojos.
—Voy a matarte —grazno, acercándome para golpearlo.
No llego muy lejos; Ian agarra mi brazo, y pude sentir pasos firmes y urgentes que se acercaban a nosotros. Por el rabillo del ojo diviso a Alex ya los demás llegando a nosotros de manera intimidante.
—Al fin deciden unirse a nosotros —exclama Christopher, sonriendo. Él hizo más amplia su sonrisa al ver mi expresión—. ¿Pensabas que no sabía que no estaban solos?
— ¿Dónde está su hija? —exige Alex, posando su mano en mi espalda.
—Tú debes ser el novio, me han hablado bastante de ti —Vuelve su mirada a mí, con la sonrisa más amplia—. Sí, no me creí lo de Russel.
—Me cansé de tus idioteces —lanzo, tomándolo del cuello de la camisa—. ¿Dónde la tiene?
—No lo sé, mujer —responde sin quitar la vista de mis ojos.
—Juro que voy a matarte —Lo tomo con más fuerza y miro sus ojos con intensidad para asegurarle que no era una amenaza al aire.
—Nuestra vida está hecha de la muerte de otros —cita con supremacía.
—Lina —advierte Alex, poniendo su mano sobre las mías. Aflojo el agarre lentamente, sin sacar la mirada de encima.
—Habla, Donovan —ordena Ian.
—Ya dije lo que sabía —esboza, acomodándose la corbata—. Ahora, señores, si no se les ofrece nada más, me gustaría terminar mi cena.
-No.
—Lina, no podemos hacer más —dice Ian, con suavidad, colocando una mano en mi hombro.
—Adelina, fue un honor volver a verte —pronuncia, extendiendo su mano para que la estrechara.
Yo quedo observándolo y él señala con su mirada para que la tomara. Lo hago, sin dejar de mirarlo a los ojos, prometiendo que lo iba a acabar. Cuando junto mi mano con la suya puedo sentir algo rígido y áspero entre ellas; nota mi expresión y baja la mirada a nuestras manos con aceptación. Y entonces lo supe. Él me dijo dónde se encontraba Dany con mi hija, y por su forma de hacérmelo saber, quería decir que solo yo tenía que tener el conocimiento de dónde encontrarlos, y nadie más tenía saber.