Luego que la ambulancia se llevó a mis padres al hospital, llegamos a mi casa en pleno silencio. Sole y Erik se habían ido con ellos, llegaron hace unos minutos y me informaron que a mis padres los medicaron y curaron las heridas, que iban a estar internados unos días hasta que estén en mejor estado; me aseguraron que ellos estaban bien, que se sintieron un poco culpables por lo ocurrido con Aye, pero lograron calmarlos con respecto a eso. En realidad, la única culpable soy yo; no ellos, ni nadie más.
Estoy sentada en el sofá, con la mirada clavada en la taza de café que tengo en mis manos, cuyo líquido ya está frío; Desde que Alex me lo sirvió, ha estado intacto, no puedo dejar de pensar en dónde se puede encontrar mi hija. Dany dice que yo sé a dónde ir, pero la verdad es que me he roto la cabeza pensando, y todavía no he logrado nada. Mi memoria me está jugando una mala pasada, suprimí tanto mis recuerdos, que hoy es todo muy confuso; trato de recordar cosas y lugares, pero son solo malas proyecciones, no sé qué hacer para recordar. Intento pensar como Dany, pero a mi mente solo regresa mi hija y no puedo sacarla de mi cabeza un instante para lograr ser un poco más objetivo. —Oh, Dios mío —murmura Sole. Levanto la vista y veo que está mirando unas fotos con horror. —Deja eso —le reprende Erik, quitándoselas de las manos. —¿Cómo pueden hacer eso? —pregunta, todavía horrorizada. —No tienen escrúpulos —digo sin expresión. —Eso le van a hacer a...?. -No. —Para qué quiere a Aye? —pregunta Alex. —Porque es su hija —respondo, y al ver que me mira sin comprender, le aclaro—: A los chicos, mayormente a los primogénitos, les empiezan a enseñar los oficios, el negocio. —No entiendo —habla Erik. —A los once años empiezan una especie de entrenamiento, les enseñan a pelear, torturar, usar un arma, y hasta a matar; comienzan a ir a su primera tortura, la cual observan, y luego de varias, cuando ellos creen que están preparados «y si no lo están los obligan a que estén», les exigen participar de esas torturas. Los hijos son los que se encargan de los negocios cuando los padres ya no están. Les enseñarán la parte administrativa también; cómo se manejan ambos negocios, el legal, que es la tapadera, y el ilegal, que es el más importante. —Pero Aye apenas tiene siete años —musita Sole. —Tiene cinco años para ganarse su confianza, luego va a enseñarle todo. —Eso no va a pasar —asevera Lucas. —Tú hacías esas cosas y... —Y tampoco tenía escrúpulos, Erik? —No quería de…—Sí querías decir eso; para que entiendas lo que hacía, voy a explicártelo bien. Yo robaba, torturaba a los que no pagaban, y hasta mataba; todo con diecisiete años, y no sentí remordimiento, no me sentí mal por ellos. Y como dijo Dany, me gustaba y era muy sádica; no me arrepiento de nada de eso, así hoy soy quien soy y no les temo a ninguno de esos idiotas. Soy igual que Dany, tal cual él dijo. —Lina —rugen Alex y Lucas al unísono. —No —digo, mirándolos—; él quiere saber, y yo le estoy contando lo hija de puta que fui, que soy. Es lo que quería escuchar. —Basta, Lina —ordena Alex. Lo miro fijo a los ojos y luego poso mi mirada en Erik, que me observaba con dolor, solo para levantarme e irme a la cocina a tirar la taza de café a la m****a. Es una porquería sentir el dedo acusador, fui una estúpida al creer que mi pasado quedó atrás; que errada estuve, que mal hice las cosas, ¿cómo pude ser así? Me las vas a pagar, Daniel, en cuanto te tenga enfrente voy a torturarte, tal cual me ensañaste, y luego voy a matarte; y de verdad voy a disfrutar haciéndolo. Te lo juro. —Lo siento —Escucho a mis espaldas. —No hay problema —digo sin girar. -No; lo digo de verdad, no quise hacer que te sintieran mal, yo no creo que seas así —argumenta Erik. —Así, ¿cómo? ¿Cómo Dany? Somos iguales, Erik; Dany y yo somos la misma cosa —digo, girando hacia él. —No lo hijo, tú eres una buena persona; haz hecho cosas malas, sí, pero cambiaste... —Las personas no cambian, se modifican para bien o para mal, pero no cambian —refuto, sin dejarlo terminar de hablar. —Bueno, para mí estás modificado para bien, para mucho mejor que bien; Entiende, no eres igual a él, eres mucho mejor persona. —No creo eso, Erik —musito. —Yo sí lo creo; es más, unas de las grandes diferencias, ¿sabes cuál es? —Yo niego y él prosigue—. Tú nos tienes a nosotros, tienes tu familia y amigos, y él no tiene a nadie; él no tiene amigos —Eso me hace pensar; no es del todo cierto, él sí tiene amigos. —Sabes qué dijo Karl Gustav? —pregunto, y él niega—. "El hombre sano no tortura a otros; por lo general, es el torturado el que se convier-te en torturador". —Por Dios —susurra—. Asómate a la sala y mira; Estamos aquí por ti, por Aye, y no te vamos a dejar sola. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes eso? —dice, poniendo sus manos en mis hombros. —Sí, gracias —murmuró. La verdad es que ya sé a dónde ir, o al menos, a quién sacar información; sin darme cuenta, Erik me dio una pista de a dónde comenzar a buscar. Necesito sacármelo de encima; no es que no valore lo que hace, y lo que hacen los demás, pero ahora es más importante lo que tengo que hacer—. Voy a recostarme un poco, me duele mucho la cabeza. —Bien. ¿Quieres que le diga a Alex que vaya contigo?—No, no; solo si te pregunta, dile que necesito descansar un poco, que no suba por favor —Espero me crea, y me haga caso. —Ok, le aviso. Al llegar a mi habitación, busca mi otra arma, ya que la que siempre llevo conmigo, todavía la tiene Lucas; escarbo por un par de cosas que me van a servir para hacer hablar al idiota. Unas esposas, una pistola eléctrica y gas pimienta. Me cambio la camisa por una camiseta de manga larga y busco una chaqueta de cuero negra, salgo de la habitación tratando de hacer el menor ruido posible, bajo por la mirando escalera hacia la sala, para ver que no me vea nadie, y me encamino hacia la cocina para salir por la puerta de atrás. Llego al auto y agradezco en silencio al que inventó las llaves de repuestos, para los que se las olvidan; yo no me las olvidé, las tiene Alex, ya que él fue quien me trajo desde la casa de mi mamá. Lo único que espero es que este idiota me lleve con mi hija, o al menos hable, porque lo mato sin pensarlo dos veces.